Érase una vez, en alta mar, un barco velero, un gran barco de madera recia, con sus velas, sus cabos y todo lo demás, y es que aquel barco había sido un navío pirata durante mucho tiempo, hasta que fue encontrado a la deriva en el mar y vendido en el puerto, toda aquella historia quedó en el misterio de las aguas profundas del océano. En ese barco que ahora se dedicaba a transportar personas de un sitio a otro, se encontraba Rosita la Detective, una detective muy especial pues sus métodos de investigación pasaban por hacer dibujos de todo aquello que veía y percibía, para luego, en la tranquilidad de su despacho o, en este caso, de su camarote, revisar los dibujos, como si fuera una película animada y de esa forma resolver todos los casos que se le ponían por delante.
Rosita siempre había sido capaz de entender y resolver hasta los casos más complicados, no había nada que se le escapara, salvo quizá una pequeña cosa: lo que no tenía explicación. Y es que había veces que las cosas no se podían explicar, como era el caso de los fantasmas, ¿cómo explicas un fantasma? bueno, sí, todos hemos oído hablar de los fantasmas pero ¿acaso habéis visto uno alguna vez? ¿habéis hablado con él? Para Rosita esto no había forma de entenderlo y eso le daba mucho miedo.
En aquél barco, Rosita viajaba prácticamente sola, la tripulación se afanaba en sus labores y la mayoría de los días, ni siquiera les veía el pelo. En esa soledad, Rosita podía revisar sus notas, recordar antiguos casos resueltos… Pero una noche, el ruido de unas cadenas la despertó. Su espíritu de investigadora le hacía perseguir siempre la verdad, si había algo raro, ahí había que investigar. Así que salió de su camarote para descubrir qué podía ser aquél ruido. Al llegar a la cubierta, su sorpresa fue mayúscula, no podía creer lo que veía, allí mismo, ante sus ojos, apoyado en la baranda del barco, había ni más ni menos que un fantasma ¡un fantasma!
– Hoooolaaaa -decía el fantasma con una profunda voz.
– … -Rosita no alcanzaba a articular palabra.
– He dicho que hola -insistió el fantasma.
– Ho.. ho.. hola -respondió ella casi paralizada por el miedo.
– Bueno, parece que no estás muy habladora así que empezaré yo: soy el Fantasma Paquito y vago por este barco desde hace años.
– Yo.. yo… soy Rosita. Y acabo de llegar. Soy detective.
– Ah, ¿sí? ¿Detective?-el fantasma se quedó pensativo y al cabo de un rato añadió: -¿Sabes que en otro tiempo esto fue un gran barco pirata?
– Sí… algo me habían contado.
– Pues así es… el mayor barco del mayor pirata de los siete mares.
– ¿Tú?
– Así es… yo fui un gran pirata a bordo de este barco hasta que un día… un día un hombre, qué digo hombre, ¡un desalmado! Me arrebató lo que más quería y me condenó a vagar por el barco para media eternidad.
– Vaya, qué faena.
– Sí, cuando me dejó aquí en este barco a la deriva, juré que le encontraría y ajustaríamos cuentas.
– Bueno, si en algo puedo ayudar… Resolver misterios es lo que más me gusta. Espera que voy a dibujarte.
– ¡Misterios! Pues precisamente un misterio es lo que está ocurriendo en La Isla de los Cocos… de un tiempo a esta parte, han empezado a desaparecer los cocos de la isla y eso es tremendamente extraño -y continuó el fantasma- yo nací en aquella isla pero ahora no puedo salir de este barco para averiguar lo que está pasando.
Rosita se quedó pensativa durante un rato, se acercó a la baranda y contempló la isla, que se veía ya entre la bruma, sacó su cuaderno y comenzó a dibujar la isla mientras le daba vueltas al asunto. Cuando hubo terminado levantó la mirada y dijo:
– Está bien, fantasma, lo haré. Pero luego tienes que explicarme cómo es eso de ser fantasma.
– Trato hecho. Te daré, para empezar tres consejos:
- No hables con desconocidos.
- No te fíes de la gente con bastón.
- En todo misterio, siempre hay alguien dice ser quien no es.
– Perfecto, mañana mismo iremos a la isla…
Desde la Isla de los Cocos, entre la bruma, una mirada astuta contemplaba la llegada de un nuevo barco, era el viejo Rogelio, un viejo pirata que contaba con un bastón como única pata de palo. Y junto a él su amigo, el incansable Conchi, un elefante que le acompañaba a todas partes. Por desgracia, Rogelio, también era un avaro incorregible y si podía quitarle a alguien lo que tenía, no dudaba en hacerlo. Era un auténtico pirata, allí donde iba desvalijaba todo cuanto encontraba por delante. Todo lo que quería, lo conseguía, si no era de una manera era de otra. En esta ocasión, se le había puesto en la cabeza que lo que más quería en el mundo era una isla. Y había decidido quedarse con La Isla de los Cocos, hacía algún tiempo que Conchi y Rogelio habían atracado en el puerto, recorrido la zona, observado a la gente, explorado los bosques y leído cada libro existente sobre la isla. Hasta que habían dado con la clave: contaba la leyenda escrita de aquél pueblo que aquél que tuviera en su poder más cocos en la Isla, sería su propietario. Y Rogelio había decidido hacer lo que mejor se le daba: robar, robaría todos los cocos de la isla y luego le cargaría las culpas a otro… y precisamente por allí venía un barco.
Ese era el barco de nuestra protagonista que ya fondeaba frente al puerto. Rosita se sentía llena de alegría, por fin podría bajar a tierra y comenzar una nueva investigación, notaba mariposas en el estómago. Cuando, al día siguiente, puso pie en el pueblo de La Isla de los Cocos no tardó un momento en organizarse para entrevistar uno por uno a las personas que allí vivían. Pero el viejo Rogelio sabía perfectamente lo que tenía que hacer, se acercó a Rosita antes de que pudiera hablar con nadie, le contó con falsa afectación la terrible desaparición de los cocos, la preocupación que crecía en toda la gente del pueblo y así la fue hablando y hablando convenciéndola mientras tanto de que él era uno de los afectados por los robos y que su preocupación no iba más que en aumento. No tardó mucho en ganarse la confianza de Rosita, que había visto en él un pobre viejito entrañable preocupado por el pueblo y por la isla. Sí, sí, de pobre viejito nada, mientras tenía a Rosita entretenida por un lado, por el otro enviaba a Conchi a robar a una y otra casa. El plan estaba saliendo a la perfección.
Una vez consideró Rogelio que se había ganado casi a una amiga, dejó que comenzase su investigación. Rosita fue casa por casa llamando a los vecinos y vecinas para intentar encontrar algo de información, preguntando si habían notado algo inusual y, por supuesto, dibujando a cada una de las personas que allí veía. En una de las casas del pueblo encontró a Aurelio Pintor Rojo, el contable del pueblo, el encargado de llevar la cuenta de todos los cocos que se producían y entraban o salían de la isla. Estuvo charlando con él laaargo rato ya que se empeñaba en contarle con exactitud matemática el número de cocos que tenía cada habitante, cuántos habían desaparecido ya y cuántos quedaban todavía, antes de que la isla quedase en manos de algún desalmado. Rosita continuó su investigación, la gente del pueblo empezaba a sugerirle que el ladrón podía tratarse de Rogelio, un viejo que se había presentado en la isla hacía poco tiempo y que resultaba bastante sospechoso, pero ella les decía que era imposible porque lo conocía y que era un viejito entrañable que no podría hacer daño ni a una mosca, la pobre Rosita estaba completamente engañada. Entre sus entrevistas habló con un unicornio que, no contento con acusar a Rogelio, además le entregó una astilla de madera que había encontrado en uno de los lugares después del robo y que bien podía pertenecer al bastón de Rogelio pero ella siempre respondía: -¿Para qué iba a querer un buen hombre como Rogelio, robar los cocos de la isla? Sin embargo, Rosita no perdía tiempo para dibujar cada descubrimiento en la investigación. Más adelante habló con la vaca Lola y el cerdo Lolo, ambos le sugerían que podía ser Rogelio el causante de los robos y le dieron la segunda pista, un cangrejo, un tipo de cangrejo muy especial de los que ya había muy pocos y que sólo se podían encontrar en viejos barcos piratas, pero ella le defendía, seguía pensando ingenuamente que no era más que un pobre viejito… Cada uno de los habitantes del pueblo le insistía, le insistía y le insistía y ella siempre lo negaba. Hasta que una noche, se sentó a revisar las notas tenía apuntadas y dibujadas sobre lo que había averiguado del pueblo y los cocos. Al verlas así, todas juntas, de pronto cayó en la cuenta: el culpable de los robos perfectamente podía ser, como sugería la gente del pueblo, el viejo Rogelio. Así que, al día siguiente, hizo sus últimas averiguaciones y se preparó para pillar al viejo por sorpresa: habló con cada uno de los habitantes que había visitado y allí empezó a fraguar una idea; si se ponía de acuerdo con la gente del pueblo: esperarían a que Rogelio volviera a asomarse por el pueblo para lanzarse sobre él y capturarle.
Y así lo hicieron, el viejo Rogelio se revolvió todo lo que pudo, pero eran muchos y, en seguida, le capturaron y le llevaron al barco de Rosita. Todo parecía terminado, el viejo estaba cautivo en el barco y la gente del pueblo se preparaba para que sus cocos fueran devueltos.
Pero el viejo Rogelio era perro viejo y no se iba a dejar atrapar tan fácilmente, consiguió escaparse de la bodega y hablar con Conchi para darle un terrible susto a Rosita. Prepararon cadenas y sábanas para hacerle creer a Rosita que había un fantasma en el barco y en cuanto la vieron aparecer, comenzaron a hacer los sonidos más fantasmagóricos que pudieron, Rosita estaba bastante asustada sin embargo, los dos ladrones no contaban con algo fundamental, que en el barco ya existía un fantasma de verdad, el fantasma de Paquito que ya se asomaba a poner un poco de orden en todo aquél jaleo. Al ver al viejo Rogelio, Paquito lo reconoció en seguida, él había sido el pirata que le había condenado a vagar por el barco, su venganza estaba servida, se llenó de aire los más que pudo y lanzó el más terrible aullido fantasmagórico que nadie había oído jamás. Rogelio y Conchi se asustaron tanto que salieron de allí disparados en una barca, remaron tan rápido que casi no tocaban el agua y, desde luego, no volvieron a pisar la isla nunca más… Por fin Paquito había conseguido enfrentarse a él y, después de aquella aventura, no tendría que vagar por aquel barco nunca más, aunque le gustaba tanto estar allí, en el que había sido su barco, que decidió quedarse, aunque a partir de ahora, sería el Capitán.
Rosita había conseguido resolver el caso y devolver los cocos a sus dueños y, además, había hecho grandes amigos durante aquél tiempo. Después de ese caso, se corrió la voz y todo el mundo quería contar con ella para resolver sus casos, así que viajó con Paquito en su barco y recorrió el mundo entero resolviendo cientos y cientos de nuevos misterios. Todavía hoy, al menos una vez al año, vuelve a la Isla de los Cocos a ver a sus amigos y amigas.
Y Colorín Colorado… este Cuento Irrepetible se ha acabado.