El sol y la lluvia

¿Alguna vez te has preguntado de dónde viene la lluvia? ¿por qué cae de las nubes? Precisamente de eso trata este cuento: de las nubes, de la lluvia y del sol. Desde hace mucho mucho tiempo,la lluvia se reparte gota a gota entre las nubes y se lleva de un sitio a otro para que llueva en uno u otro lugar.

Una de las repartidoras de lluvia era Samantha, una chica llena de alegría que recogía las gotas cantando canciones por todas partes. Le encantaba la música y siempre estaba cantando y cuando escuchaba a alguien que cantaba desafinado, le molestaba tanto que juntaba un puñado de gotas de lluvia y se las lanzaba, por eso se dice que cuando alguien canta mal, llueve. Aunque cuando Samantha se enfadaba de verdad, se ponía echa una furia, tanto que lanzaba su rayo de tormenta con todas sus fuerzas, no podía evitarlo, aunque luego se sentía mal por ello y por eso intentaba siempre no enfadarse y a eso le ayudaba mucho eso de cantar canciones, cantar la mantenía alegre.

El encargado de coordinar a todos los repartidores de lluvia, el jefe de todo esto, era Dylan, un hombrecillo con barbita y chistera, un tipo serio. Aquél día Dylan venía muy preocupado a hablar con Samantha porque en los últimos tiempos se había dado cuenta de que la lluvia estaba empezando a desaparecer en algunas zonas y eso podía ser muy malo para el medio ambiente. Y le advirtió que tendría que viajar a la zona norte a llevar un gran cargamento de gotas de lluvia para intentar recuperar el equilibrio. Samantha cogió su bolso y su rayo y se fue diligente a preparar todo lo necesario para el viaje, mientras Dylan se quedaba atrás observándola mientras se iba.

Una vez hubo desaparecido, una sonrisa maléfica se dibujó en la cara del hombrecillo mientras murmuraba:
– Mi plan está saliendo a la perfección… el cambio climático ya está cerca, jajaja.
Por ahí llegaba con su andar pesado Andrés el Troglodita, un auténtico hombre de las cavernas que Dylan había recogido del deshielo y había convertido en su ayudante y servidor. Andrés era tosco, rudo y un poco torpe, al fin y al cabo, era un hombre prehistórico.
– Jefe… ¿quién ser esa chica?
– ¿Quién…?
– Chica guapa
– Ah, sí, Samantha. Sí que es guapa ¿verdad? Cuando el cambio climático llegue y todo el mundo venga a pedirme ayuda para que llueva aquí o allá, yo tendré todo el poder y ella… ella se enamorará de mí. Jajaja.
– Sí… chica guapa.
– Ay, Andrés, qué simple eres… de entre toda la gente que podía haber cogido como ayudante he tenido que elegir a un cromañón… Anda siéntate.
– Sí, jefe.
– Eres tan obediente… eso es lo que me gusta de ti.
– Sí, jefe.
– Mi plan genial no tiene ningún defecto…

Y justo en ese momento entraba Samantha preparada ya para su viaje.

– Pssst, disimula troglodita.
– ¡Chica guapa! – Andrés se levantó como por resorte para ver a Samantha más de cerca.

Dylan se interpuso, mandando al hombre prehistórico a un lado, y puso su mejor sonrisa para Samantha.

– ¿Estás ya preparada?
– Sí, jefe. Tengo todo lo necesario, salgo para el norte ahora mismo a ver si encuentro a quien esté contaminando esa zona… ayyy, es que me pone negra cuando la gente contamina…
Samantha se iba enfadando cada vez más según pensaba en todo este asunto de la contaminación.
– ¿Es que cuesta tanto reciclar? ¿Ir en metro en vez de en coche? ¿¿¡¡ Acaso es tan difícil !!??
Y se iba enfadando tanto que en un momento ya no pudo contenerse y lanzó el rayo con todas sus fuerzas, pasando justo al lado de Andrés que se quedó totalmente sorprendido.
– Perdona, Dylan. Es que esto de la contaminación es algo que no soporto.
– No te preocupes, Samantha, es algo que odiamos todos… jeje. Pero ten cuidado con ese rayo… tiene mucho poder…
– Sí, claro. Bueno, me marcho ya. Hasta pronto.
– Hasta pronto Samantha… ve con cuidado… – y cuando se había alejado lo suficiente añadió: – tengo que conseguir ese rayo. ¡Andrés!
El troglodita se acercó a su jefe.
– Tienes que conseguirme ese rayo como sea. Con él no habrá nadie que se mida conmigo.
– Yo conseguir rayo. Sí. ¿Cómo conseguir rayo, jefe?
– ¿Cómo? Ummm…
– Rayo de chica guapa…
– Ah, sí. Andrés, qué simple eres. Vas a ir al norte y allí harás todo lo posible para que Samantha se enamore de ti y, entonces, le robas el rayo.
– ¿Eh?
– Ay, Andrés… Tú enamorar chica. Tú robar rayo. Yo ser el mejor.
– Aaaahhh… ¿cómo enamorar chica?
– No sé, Andrés, utiliza tus encantos, no sé, sé tú mismo… jajaja. Regálale una flor.
– Yo cuidar flores, no cortar.
– Bueno, pues, no sé. Ya se te ocurrirá algo, anda, vete.
Andrés se fue en busca de Samantha sin saber muy bien qué iba a hacer para conseguir el rayo. La verdad es que estaba muy preocupado, por un lado le gustaba mucho ella y por otro resultaba que tenía que robarle su rayo y eso no estaba bien. Tanto pensar le estaba dando dolor de cabeza.

El caso es que Andrés alcanzó a Samantha a mitad de camino y como le vió tan preocupado, Samantha empezó a hablar con él y le contó su secreto para estar feliz: cantar canciones. Así que pasaron todo el camino cantando canciones y divirtiéndose un montón. Para cuando llegaron al norte, se habían hecho buenos amigos. Pero Samantha tenía una misión que cumplir, así que se despidió del troglodita con un beso en la mejilla y se marchó corriendo. Andrés se quedó helado, le había dado un beso… era su primer beso, nunca nadie antes le había dado uno. De pronto empezó a sentirse diferente, dentro de él descubrió algo que no había sentido nunca. Samantha, portadora de lluvia, había despertado en él el Poder del Sol, un antiguo poder que había permanecido latente en el hombre prehistórico. No sólo se sentía diferente, se le veía diferente, había dejado de ser el rudo y simple cavernícola y se había empezado a convertir en alguien lleno de luz. Era una transformación increíble.

Cuando salió de este trance, sacudió la cabeza, se repeinó un poco y corrió en busca de Samantha, tenía que contarle lo que le acababa de ocurrir y sobre todo, tenía que decirle lo que sentía. Poco tardó en encontrar a la chica que tanto admiraba, estaba repartiendo las gotas de lluvia tratando de hacer un gran cúmulo para descargar inmediatamente.
– Samantha, ¡Samantha! Espera…
– ¿Qué? ¿Quién…? ¿Andrés?
– ¡El mismo! Bueno, el mismo, mismo, no. Me siento diferente.
– Tu aspecto es diferente.
– Es que se ha despertado algo en mí… no sé.
– ¿Qué…?
– Es como si tuviera dentro algo brillante, algo como el sol.
– Pero… cómo…
– No sé, cuando me diste aquel beso algo cambió dentro de mí, es como si creciera, como si me expandiera… Soy otra persona. Bueno, soy el mismo pero… diferente.
– La verdad es que sí.
– Tengo algo importante que decirte, ahora que sé cómo expresarlo con palabras, creo que estoy enamorado de ti.
– Bueno… la verdad es que… creo que yo también siento algo parecido por tí. Jejeje.

Los dos se miraron y fue uno de esos momentos en los que hay una conexión, un momento especial. El estruendo de un trueno rompió el momento en mil pedazos, la tormenta estaba a punto de descargar pero Samantha tenía que terminar de poner las gotas de lluvia en las nubes.
– Andrés, tengo que irme. Tengo que poner estas gotas en su lugar antes de que comience a llover.
– Date prisa. ¿Nos vemos cuando termines?
– Claro que sí. Hasta ahora.
– Hasta ahora.

Samantha salió corriendo para terminar su misión mientras Andrés se quedaba pensativo, sonriente, enamorado, sentado en una pequeña nubecilla. Sumido en sus alegres pensamientos no vio aparecer a Dylan que se acercaba con una sombría sonrisa en su rostro.
– Así que… Andrés, parece que has conseguido enamorar a Samantha…-dijo apretando los dientes de envidia.
– Pues eso parece, jejeje.
– Y también has descubierto tu poder oculto…
– ¿Tú sabías eso?
– Bueno… parece que era algo que teníais en tu tribu pero no sabía si tú…
– ¿Y no me habías dicho nada? -empezó a levantarse con cierto enfado.
– Andrés, ¿has conseguido el rayo?
– No, jefe. -volvió a sentarse algo confuso.
– Pues no sé a qué esperas. En cuanto Samantha vuelva de dejar esas estúpidas gotas de lluvia cogerás ese rayo y me lo traerás.
– Es que… eso está mal. Todo este plan está mal.
– ¡Andrés! ¿Quién te rescató del hielo? ¿Quién te ha dado de comer? ¿Quién te ha vestido todo este tiempo? ¿Quién ha cuidado de ti?
– Tú, jefe. -respondió Andrés cabizbajo.
– Entonces creo que me debes algo a cambio. Cumple con tu misión. Será la última vez que te pida algo… lo prometo.
– ¿De veras?
– Claaarooo -dijo Dylan sibilinamente. Sabía perfectamente que con el rayo y la lluvia su poder sería imparable, ya no iba a necesitar a ese troglodita venido a más. En cuanto tuviera listo todo lo necesario, se desharía de él.

Andrés se quedó preocupado esperando a Samantha, sabía que lo que tenía que hacer estaba mal pero se sentía en deuda con Dylan. Pensó que si hacía esa última cosa se libraría de él y podría ser libre. Entre las nubes de tormenta que ya empezaban a descargar distinguió la figura de Samantha acercándose hacia donde él estaba. Volvió a pensar en el plan de Dylan y que con ese rayo ya no habría forma de detenerle, si se lo daba, provocaría el cambio climático y ninguna planta ni animal volverían a estar a salvo. Para cuando Samantha hubo llegado ante él, estaba decidido, no le robaría el rayo jamás.

Andrés se levantó y fue corriendo hacia ella, le dio un fuerte abrazo y estuvieron así abrazados durante largo rato. Samantha no sabía todo lo que estaba pasando por su cabeza pero se estaba tan bien allí abrazados…

Sin embargo, Dylan no había llegado donde estaba dejándose engañar por cualquiera y menos por un troglodita, había sospechado que no cumpliría su misión desde que le había visto así de cambiado y por eso se había quedado observando escondido tras una nube gris. Aprovechó el largo abrazo para robarle del bolso el rayo a Samantha y escabullirse entre las nubes sin que nadie se diera cuenta.

Andrés miró fijamente a Samantha y decidió contarle toda la verdad: el malvado plan de Dylan, la misión de robarla el rayo y la absurda idea de hacerlo enamorándola, como si eso pudiera elegirse. A Samantha le gustaba mucho la sinceridad pero todo aquel embrollo le hacía dar vueltas la cabeza, echó mano al bolso y comprobó que el rayo había desaparecido… después de todo lo que había escuchado ya no sabía distinguir qué era verdad y qué era mentira. Pero su rayo… había desaparecido. De pronto se sintió roja por dentro, llena de furia, estaba tan enfadada que no podía pensar con claridad. Y Andrés se lo acababa de contar, tenía la misión de robarle el rayo. Le señaló con el dedo alejándose lentamente:
– Tú… ¡tú! Me has estado engañando todo este tiempo, todo ha sido una sucia mentira. Ni poder del sol ni troglodita ni ¡nada de nada! No eres más que un mentiroso.
– Pero ¿qué te pasa?
– ¿¡Qué me pasa!? Que me has robado el rayo y encima has tenido el descaro de contármelo.
– Pero si yo… yo no…
– Y encima te pones a acusar al pobre Dylan que no tiene la culpa de todo esto
– ¡Si ha sido todo idea suya!
– ¡Ya claro! ¡otra mentira más! Déjalo, no me hables, no me sigas, no quiero volver a verte. Me voy.
– Pero… yo…-Samantha se fue corriendo a toda velocidad- te… quiero…- Y Andrés se quedó más triste que una gota de lluvia sola en medio del desierto.

Samantha volvió al cuartel general de la lluvia, todavía enfadada y dolida, convencida de que ese troglodita le había mentido vilmente. Fue directa a buscar a Dylan para contarle todo, pensando encontrar a un amigo. Sin embargo, todo había salido a pedir de boca para Dylan y ya no iba a molestarse en fingir. Cuando Samantha entró, el rayo colgaba del cinturón de Dylan y su sonrisa maléfica ocupaba toda su cara.
– Hola Samantha… esperaba que volvieras.
– ¿Dylan? ¿Qué pasa?
– Nada… bueno, todo y nada. Depende de cómo lo mires.
– ¿Qué estás haciendo tú con mi rayo?
– Ah, ¿esto? Bueno, es simplemente un seguro. Si alguien intenta desbaratar mi plan se llevará una pequeña descarga…
– Pero… ¿qué…?
– ¿Confundida?
– ¿Eras tú quien estaba haciendo desaparecer la lluvia? Pero, provocarás el…
– ¡Cambio climático! ¡Sí! Exacto Samantha. Eso es exactamente lo que quiero hacer. Cuando la sequía llegue todo el mundo se peleará por una mísera gota de lluvia y no tendrán otro remedio que acudir a mí.
– Pero qué clase de…
– Lo siento, no tengo tiempo para aguantar tus reproches, debo destruir el clima y convertirme en alguien muy muy poderoso. Así que… ¡a callar! -y según decía esto descargaba el rayo sobre Samantha dejándola inconsciente.- Nadie se interpondrá en mis planes.

Mientras tanto, Andrés, aún afectado por lo que acababa de ocurrir, se iba haciendo consciente del terrible futuro que les esperaba si el plan de Dylan llegaba a completarse. Decidió que tenía que hacer algo y pensó que aquel Poder del Sol que acababa de descubrir debía servir de algo, se concentró con todas sus fuerzas y sin saber muy bien cómo, empezó a llamar a todos los rayos del sol desperdigados por el mundo, todos ellos acudieron en su ayuda.

Corrió, casi voló, hasta donde estaba Dylan, preparando los últimos detalles de su plan. No había tiempo que perder. En cuanto estuvieron lo suficientemente cerca se lanzaron sobre el malvado sin mediar palabra y le rodearon él y sus rayos, girando en torno a él. El calor producido por el sol hacía evaporarse a un ser de agua como Dylan, en poco tiempo, sin poder siquiera echar mano del rayo, había perdido todas sus fuerzas y apenas le quedaban unas gotas de agua para mantenerse en pie. Antes de derrumbarse, Andrés se plantó frente a él:
– Dylan, hasta aquí ha llegado tu aventura. No vamos a permitir que destruyas el clima y todo lo que nos importa.
…es… túpido… troglodita…
– Ya no soy más un troglodita, ahora he despertado, soy un Sol y protegeré todo esto cueste lo que cueste.
– Mientras custodiaban a Dylan, Andrés vio a Samantha en el suelo, inconsciente. Se acercó a ella, recogiéndola en sus brazos, sacó algunas gotas de lluvia de su bolso y se las dio a beber, pronto recobró el conocimiento. Al abrir los ojos se miraron largamente…
– Perdóname Andrés, debí haber confiado en ti.
– No te preocupes, hasta la fecha había hecho todo lo que Dylan había dicho sin preguntar…
– Dylan… ¡Dylan! ¡Se escapa!
El malvado Dylan había aprovechado el momento para recobrarse y escabullirse una vez más entre las nubes. Mientras huía sus palabras resonaron entre la lluvia: -Volveré, ¡volveré! No os libraréis tan fácilmente del cambio climático…

Aunque la promesa era terrible, le llevaría un tiempo volver a ponerse en pie y ahora ya sabían muy bien a quien se enfrentaban. Estarían alerta para combatirlo.

Andrés y Samantha por fin pudieron arreglar las cosas, ella recuperó su rayo y pasó a organizar el reparto de lluvia en todo el mundo, él aprendió a manejar el antiguo poder del Sol. Y cada vez que Samantha, con su lluvia, y Andrés, con su sol, se juntaban, en el cielo aparecía un fantástico y maravilloso arco iris.

Y colorín colorado… este Cuento Irrepetible se ha acabado.