Érase una vez… donde el sol se junta con las nubes y las gotas de lluvia hacen brillar un enorme Arco Iris, justo en ese lugar, se encontraba Alejandra, una chica joven, con gafas, muy risueña a quien le encantaban los animales. Alejandra se dedicaba a escribir historias, cuentos y relatos, pero era taaaan perezosa, que llevaba tiempo sin escribir nada de nada, ni una sola línea. Era empezar a pensar en escribir y ya podía pasar una mosca o ver una nube con forma de perro que se le iba el santo al cielo. Su amigo el ratón Pepe era uno de sus mayores seguidores, le encantaban los cuentos de Alejandra, pero ya había leído y releído cada uno de los que había escrito, antes, cuando todavía encontraba “la inspiración” y es que esa era justo la excusa que se ponía cada vez que iba a escribir, que no encontraba sobre qué hacerlo, iba a escribir una historia de piratas y pensaba que ya había escrito muchas antes, iba a escribir una historia de príncipes y hadas y se daba cuenta que era igual a la que había escrito tiempo atrás. Total, que al final no escribía nada de nada.
El pobre ratón Pepe estaba empezando a desesperarse ya con aquella falta de nuevos cuentos y cada día iba a ver a Alejandra para ver si le saltaba la inspiración por algún lado… pero no. Aquella tarde la chica estaba un poco preocupada, la insistencia de Pepe la había hecho reflexionar, se daba cuenta de que siempre había una cosa mejor que hacer que ponerse a escribir… ¡con lo que le gustaba escribir a ella! Así que decidió que eso tenía que terminar, alentada por el ratoncito, Alejandra cogió su cuaderno de notas y su pluma favorita y decidió que se marcharía en busca de inspiración y que no volvería sin una buena historia bajo el brazo. Pensó que un buen sitio para empezar a buscar sería el Museo de Ciencias porque era un lugar grande y bonito, lleno de animales y plantas, y también tenía un bar donde sentarse a escribir, parecía el lugar perfecto. Cogería inmediatamente un barco para salir del Arco Iris y se iría en busca de aquello que más feliz le hacía: un cuento que contar.
Pero allí mismo, al pie del Arco Iris, no sólo viven seres amables y buenos como Alejandra y Pepe, también hay otro tipo de gente, gente del tipo de Felipe Luis, un coleccionista de animales, pero a él no le gustaba verlos corretear por ahí y que todo el mundo pudiera disfrutar de ellos, no, a Felipe Luis lo que le gustaba era cazar y encerrar los animales para que sólo él pudiera verlos, todos para él solito. Este hombre barbudo, taimado y de mal corazón estaba dispuesto a barrer cada rincón de la tierra robando y cazando animales para su colección pero, qué iba a ser del mundo sin un sólo animal, poco le importaba a Felipe Luis el destino de los demás siempre que viera satisfecho su deseo: encerrar a todo animal viviente para su único disfrute. Y, qué casualidad, que este malvado coleccionista había pensado justo en ir al Museo de Ciencias a capturar algunos animales que le faltaban, sobre todo algunos animales raros como Mamuts y algunas especies de Mariposas. Así que él preparaba también su nefasto viaje.
Mientras tanto, Alejandra se había despedido de Pepe y se había embarcado en un gran velero junto a los marineros Fran y Jaimito, dos hombres rudos y tan parecidos que cualquiera diría que fueran hermanos, los dos juntos sumaban la fuerza de diez elefantes, lo malo era que tan sólo sumaban el intelecto de un humano. Es verdad, no eran los más brillantes, pero sí los más fieles y mejores conocedores del velero y de la mar. Juntos surcaron las aguas y pronto llegaron a tierra firme, echaron el ancla y… bueno, ahí tuvieron algún problema porque los dos marineros querían bajar a tierra a ver el museo acompañando a Alejandra, ninguno quería quedarse esperando en el barco, así que empezaron a darle vueltas a la cuestión, que si tú bajaste la última vez, que si aquella no contaba, que si tal, que si cual y de pronto uno que coge a Alejandra en brazos para bajar, el otro que se interpone y, al final, acabaron los tres en el agua, eso sí, con una gran carcajada. Así que, ya que estaban abajo, decidieron irse juntos.
Entre tanto, Felipe Luis ya había logrado llegar al Museo de Ciencias y había entrado en contacto con el director del museo, el Señor Joaquín, un hombrecillo de traje y chistera entregado por completo a su trabajo, gran amante de las ciencias y los animales, cuidaba a cada uno de éstos como si fueran sus hijos, manteniendo el museo en perfectas condiciones, cada animal con su entorno, su comida y un buen lugar donde dormir. El Señor Joaquín estaba muy orgulloso de su museo. Al entrar en el museo, Felipe Luis no podía creerse la oportunidad que tenía ante sus ojos, recorrió el museo junto al director que se afanaba en contarle cada detalle, y él tomando notas de dónde encontrar a cada animal, cuando tuvo toda la información necesaria, se deshizo del pobre Señor Joaquín encerrándolo en el armario de las escobas. Colgó en la puerta un cartel que rezaba: “Hoy CERRADO, mañana no”. Ahora tenía el museo todo para él.
Cuando Alejandra y los marineros llegaron al museo, encontraron el cartel en la puerta y se acercaron a preguntar, Felipe Luis, haciéndose pasar por el director del museo, les explicó que hoy permanecerían cerrados por unas obras de mejora pero que mañana ya estaría abierto al público. Sin embargo todo aquello no era más que una trampa, al día siguiente llegaron al museo y encontraron el mismo cartel, el hombre se excusó señalando al cartel: – ¿Qué dice el cartel? Hoy está cerrado… mañana no. Alejandra empezaba a estar un poco molesta pero no dudó en volver al día siguiente y también al siguiente y al siguiente y al siguiente…
Después de un tiempo los tres estaban ya cansados de aquella tomadura de pelo y pensaron que ya era hora de hacer algo diferente, así que decidieron colarse en el museo pero ¿cómo podrían colarse en el museo? Tras darle algunas vueltas se les ocurrieron varias ideas y decidieron ponerlas en práctica: primero trataron de romper el cristal de la puerta principal, pero se estrellaron contra ella y no consiguieron entrar. Después trataron de colarse por una ventana, pero se cayeron al suelo y no consiguieron entrar. Más tarde treparon hasta el tejado y trataron de entrar por la chimenea, pero no cabían por ella y no pudieron entrar. Finalmente decidieron poner en marcha un plan que sería infalible: se disfrazaron de animales, hicieron un túnel por debajo de la puerta de atrás y, por fin, consiguieron llegar al interior del museo. Más concretamente al cuarto de las escobas donde estaba encerrado el Señor Joaquín.
Al verle le contaron lo que les había ocurrido y cómo el director del museo les había dicho que estaba cerrado día tras día…
– Pero -interrumpió el Señor Joaquín- ¿cómo que el director del museo?
– Claro -respondió Alejandra.
– Si el director del museo soy yo.
– ¿Cómo que es usted?
– Sí, yo.
– Si usted es el director del museo ¿qué hace en el cuarto de las escobas?
– Pues… pues… es que vino un hombre…
– ¿Un señor con barbita y cara de enfadado, con un gorro muy picudo?
– ¡Ese mismo!
– ¡Ese es el director del museo!
– ¡¡No lo es!! Ese es Felipe Luis, el que me encerró en este cuartucho. Y por lo que pude oír, planea robar a todos los animales que hay en este museo para su propia colección, los tendrá encerrados en jaulas y vete tú a saber si estarán cuidados o bien alimentados, mis pobres animalitos…- Sollozaba el Señor Joaquín.
– No te preocupes -dijo Alejandra envalentonada- nosotros le detendremos.
– Pero… -interrumpió el marinero Fran- ¿cómo vamos a salir de este cuarto?
– Yo tengo una idea -añadió el marinero Jaimito- yo voy disfrazado de conejo, con estos dientes puedo hacer un agujero por debajo de la puerta y que salgamos todos de aquí.
– Sí, pero -se preguntaba el Alejandra- ¿cómo podremos detener a ese Felipe Luis?
– Eso déjamelo a mí… -dijo sonriente el Señor Joaquín- se me dan muy bien los animales, y aquí hay muuuuchos animales que no dudarán en ayudarnos cuando sepan lo que pretende este bandido.
Y así lo hicieron, tras salir del cuarto, se separaron avisando cada uno a todos los animales que encontraron a su paso por los pasillos del museo. En poco tiempo ya estaban todos preparados, escondidos o disimulando entre palmeras y otras plantas, aguardando la señal. Cuando vieron aparecer a Felipe Luis y éste alcanzó el pasillo central, se oyó un silbido y, tras él, un gran estruendo de rugidos y gritos de animales que se lanzaban desde todos los lugares hacia donde estaba el malvado, éste, al verse acorralado por semejante ola de furia animal, salió despedido del museo presa del pánico y sólo dejó una nube de polvo tras de sí. Nunca se volvió a saber nada más de este hombrecillo.
El señor Joaquín volvió a recuperar el orden y concierto que siempre había reinado en el Museo de Ciencias y con la noticia de lo que había ocurrido, más y más gente cada día se fue acercando al museo a disfrutar de las maravillas que contenía, convirtiéndose en poco tiempo en un lugar de visita imprescindible para grandes y pequeños.
Alejandra volvió a casa en el velero y, al llegar al Arco Iris, se dio cuenta de la cantidad de historias que podía contar sobre unos y otros animales con todo lo que había aprendido en su visita al museo pero, sin duda, la primera y mayor historia que iba a escribir, era la que había vivido con aquella aventura.
Y Colorín Colorado, este Cuento Irrepetible, se ha acabado.