El pirata y las arañas

“Érase una vez una Isla en medio del océano con un pueblo, un bosque y un desierto; un lugar donde todos habían encontrado su quehacer y vivían felices.

Pero mirando un poco más de cerca, en el medio del desierto, encontramos… ¡un pirata! un pirata malvado, muy malvado, el Capitán Barbarroja que era conocido en todas partes por ir solo en su barco robando, saqueando y secuestrando niños y niñas para que hicieran las tareas del barco, hasta que se cansaba de ellos y los tiraba por la borda; mientras él buscaba tesoros y se llenaba los bolsillos.

Y mirando ahora entre las callejuelas, ajeno a lo que se les venía encima, encontramos a Ángel, un niño del pueblo del que decían que tenía el corazón azul porque era bueno y amable; Ángel iba a buscar a su amiga Jasmine, una niña a la que le encantaba el color azul, hacer los deberes y sobre todo las flores, por eso siempre llevaba una flor en el pelo. Ángel y Jasmine eran los mejores amigos, él decía de ella que es muy divertida porque le gustaba jugar al pilla-pilla y hacer siempre los deberes y ella decía de él que le encantaba porque era muy amable y siempre quería ayudar a todo el mundo, menos con los deberes, que no se le daban muy bien, y entonces era Jasmine la que ayudaba a Ángel.

Un día Jasmine salió a completar un trabajo que le habían pedido en el colegio, encontrar la flor más especial de la Isla. Ella sabía mucho de flores, porque le encantaban, y había leído sobre una flor muy rara que crecía en el desierto, en medio de su isla. Y así se adentró en el desierto, buscando aquella extraña flor que, según decían, vestía de todos los colores. De pronto, junto a una de las pocas plantas de aquel desierto, Jasmine divisó la flor y corrió llena de alegría hacia ella. Ya la estaba guardando en su mochila cuando vio una enorme sombra que le tapaba y un escalofrío le recorrió la espalda, de pronto, todo se oscureció y donde antes estaba la niña sólo quedó una flor, la que Jasmine llevaba siempre en su pelo.

Cuando volvió a abrir los ojos, estaba sobre la cubierta de un barco, atada de pies y manos y ante él tenía al pirata más grande, temible y maloliente que se había encontrado jamás… aunque eso era un decir, porque nunca antes había visto un pirata de verdad. Jasmine intentaba soltarse y gritaba: -¡Déjame salir de este barco, malvado! ¡Tengo que ir a casa a hacer los deberes! -¡Ja,ja,ja! -reía el pirata- ¡Los únicos deberes que harás aquí son las tareas del barco: limpiar la cubierta, remendar las velas, pescar y hacer estofados! -Nooooooooo. Lloró la niña, pero nadie podía oirla allí en el medio del mar.

Mientras, Ángel la buscaba por todas partes, por aquí, por allá… no dejaba piedra sin levantar, puerta sin llamar ni persona sin preguntar. Hasta que, al llegar al desierto, entre las pocas plantas que allí había encontró tirada la flor que Jasmine siempre llevaba en su pelo. Por fin una prueba, un rastro para buscar a su amiga. En aquel momento todo el pueblo se preguntaba donde estaría la chiquilla y la alarma se había extendido por el pueblo. Mientras Ángel sostenía la prueba del secuestro en su mano apareció el oficial de la policía ¡por fin alguien que podría ayudarle! Pensó Ángel inocentemente, sin embargo, aquel oficial ya se había hecho otra idea en la cabeza, al ver a Ángel con aquella flor en su poder, en seguida le acusó del secuestro de la pobre chica y, sin poder explicarse, nuestro amigo acabó en el calabozo.

Allí, de entre las sombras del calabozo, apareció un viejo sentado en una banqueta, era el ladrón del pueblo, a quién gustaba robar el dinero de la gente, aunque luego lo devolvía porque él no lo necesitaba para nada. Aunque hablar estaba prohibido en aquél calabozo, entre susurros y mucha cautela, Ángel consiguió contarle que andaba en busca de Jasmine, que había sido secuestrada; el ladrón que tenía buen corazón, se propuso ayudarle trazando un plan: si conseguían unos plátanos, la comida favorita del policía que custodiaba el calabozo, podrían distraerle y hacerse con las llaves para escapar. Y así, como cualquiera haría para escapar de la cárcel, se dedicaron a recopilar todos los plátanos que pudieron entre desayuno, comida y merienda, así al caer la noche, tenían ya un buen manojo, colocaron los plátanos en una fila que iba en dirección opuesta a la puerta, le mostraron un plátano al oficial y, como por encanto, éste quedo embobado con el plátano, así pudieron hacerse con las llaves y, mientras el oficial seguía el rastro de bananas, Ángel pudo escapar a la luz de la luna.

Mientras tanto el Capitán Barbarroja hacía que Jasmine trabajase aquí y allá, ahora zurzir las velas, ahora arreglar la puerta del camarote o hacer estofado para alimentarle a él! Jasmine lloraba porque no quería hacer todas esas tareas, a ella le gustaban las flores, hacer los deberes y jugar al pilla-pilla con su amigo Ángel. Pero el Capitán Barbarroja no estaba dispuesto a dejarla marchar por más que llorase, se quejase o le diese patadas en la espinilla (algo que hacía Jasmine en cuanto podía y con cualquier excusa. Así de pronto le decía: ¡que tienes un gusano! y venga una patada o ¡cuidado una piraña! y otra patada que va). Esa tarde se encontraba el Capitán en cubierta jactándose de lo malo que era y Jasmine se acercó y le dijo para distraerle ¡tienes una araña ahí! y cuando iba a arrearle en toda la espinilla contempló boquiabierta como el Capitán gritaba y daba vueltas sobre sí mismo gimiendo ¡una araña!¡una araña!¡quítamela!¡quítamela!… Jasmine no podía contener su risa y fue a esconderse mientras el Capitán Barbarroja se reponía del susto murmurando: -Espero que nadie me haya visto… qué vergüenza. Pero qué le voy a hacer si le tengo terror a las arañas.- Y así supo Jasmine del gran secreto del -notantemible- Capitán.

Huyendo entre los árboles del bosque se encontraba Ángel que había conseguido llegar hasta un claro lleno de flores y plantas, muchas flores y plantas, había margaritas, coliflores, zanahorias, tomates y fresas; y allí encontró al duende del bosque que cuidaba las plantas y observaba todo lo que pasaba por allí, hacía dos días había visto pasar a un pirata con una niña vestida de azul que gritaba y la había subido al barco que estaba amarrado frente a la bahía. Pero Ángel no sabía nadar y para llegar hasta el barco iba a necesitar una barca… ¿dónde podría encontrar madera para construir una barca?. El duende le indicó que en el centro del bosque vivía un leñador que había sido siempre el más amable y simpático de la zona; nuestro amigo se acercó a pedirle ayuda pero él se negó ya que su madera se había llenado de arañas. Ángel, que no tenía miedo a esas pequeñas de ocho patas, insistió e insistió y volvió a insistir y le pidió por favor y de todas las maneras posibles que le ayudara con su barca hasta que por fin, el leñador aceptó y dijo que le ayudaría a cambio de un puñado de fresas y una canción para animar el trabajo; y así entre los dos, en un periquete terminaron una fantástica barca de remos en la que Ángel podría ir a salvar a su amiga…

-¡Jasmine! ¿¡tienes preparado el estofado!?- Gritaba el pirata desde su camarote en el barco. Y ella, cansada y pesarosa le llevaba su comida al temible Capitán Barbarroja. Allí estaba el pirata quejándose de unas cosas y refunfuñando por otras, siempre dando gritos; tan ocupado estaba con sus quejas que no se percató de la llegada de una pequeña barca de remos que silenciosamente se aproximaba al gran barco pirata. Una vez allí, Ángel trepó por el ancla, saltó a la cubierta, se coló por una puertecilla y empezó a buscar a su amiga… pasó junto a una puerta y escuchó los ronquidos del Capitán Barbarroja en su camarote, se aseguró que dormía y siguió buscando a Jasmine.

Por fin la encontró, en la cocina del barco, los dos se abrazaron y se pusieron muy contentos al verse. Ángel le dio la flor que ella había perdido cuando el pirata la había secuestrado. Y cuando se dieron la vuelta para marcharse vieron al pirata que les cerraba el paso apoyado con sus dos manos en los bordes de la puerta; tan temible y grande parecía aquél pirata que los dos niños, abrazados, se echaron a temblar de terror; el Capitán Barbarroja les cogió a los dos del pescuezo con una mano, levantándoles mientras desenfundaba su espada cuando, de pronto, una pequeña araña (de la madera de la barca) saltó de la chaqueta de Ángel aterrizando en la mano del pirata… se quedó helado de terror, a los pocos segundos los dos niños presenciaron el mayor recital de gritos, saltos y quejidos que jamás haya dado un pirata, dando vueltas y brincos, chocaba con cada pared y cacerola de la cocina hasta que cayó al suelo exhausto.

Ángel se acercó y cogió la araña en su mano, al despertarse el pirata, atado a la pata de una mesa, prometió que nunca más volvería a secuestrar a nadie si se llevaban aquella arañita de allí, confesó que en realidad toda su tripulación se había marchado y que se sentía sólo en el barco, por eso se quejaba tanto y refunfuñaba; así que, pensaron que podía utilizar su barco para cosas mejores que robar (que para eso ya estaba el ladrón del pueblo) o secuestrar gente, y que podía dedicarse a dar paseos a la gente por las playas de la zona y hacer el primer transporte público-marítimo de la Isla. Y así quedaron, tiempo desupés se enteraron que el Capitán Barbarroja se había hecho muy amigo del leñador, cantaban canciones juntos, tenían varios barcos para transportar gente de una punta a otra de la Isla y ya no le tenía (casi) miedo a las arañas.

Jasmine y Ángel se marcharon juntos al pueblo y volvieron a jugar al pilla-pilla y a hacer los deberes juntos por mucho tiempo.

Y colorín colorado… Este Cuento Irrepetible se ha acabado.”

25 de Febrero de 2015

Colegio Garcilaso de la Vega – Cuentos Irrepetibles

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