Elsa y los ratones que construyeron el parque de atracciones

Érase una vez, junto a un frondoso bosque, un antiguo castillo casi deshabitado. Casi todas las personas habían ido emigrando poco a poco hacia otros lugares, a ciudades más modernas y castillos más animados. Al rey Eugenio esto le tenía muy preocupado. No sabía cómo hacer para atraer a la gente al castillo, pensaba que si seguía así acabaría quedándose solo en aquel lugar y, entonces, ¿qué iba a hacer?, ¿para quién iba a reinar?

De entre los que quedaban allí todavía, Elsa, la carpintera, era la más joven. Toda su familia se había dedicado a la carpintería y a ella le habían enseñado el mismo oficio. Sin embargo, sus padres ya eran mayores, habían dejado de trabajar y se habían mudado a otro lugar más tranquilo, junto al mar, así que Elsa se había quedado al cargo de toda la carpintería del castillo. Con tanto trabajo, la pobre se quedaba dormida por todas partes… Bueno, por eso y porque, en realidad, le gustaba mucho dormir. Le gustaba tanto que, a veces, se le pasaban por alto algunos encargos, como la nueva puerta del castillo que el rey Eugenio le había pedido hacía ya un par de semanas. Y no es que tuvieran mucho problema con que alguien pudiera a entrar, al contrario, pero lo que no podía soportar el rey era el fresquito que entraba por las noches con la puerta del castillo sin poder cerrarse.

Aquella mañana, muy temprano, Elsa se había despertado sobresaltada acordándose del encargo de la puerta y se había puesto manos a la obra, justo cuando el rey Eugenio entraba a su taller a preguntarle cómo iba:

-Buenos días, Elsa…

-¡Buenos días!

-¿Cómo llevas la puerta que te encargué?

-Pues, ya ves, aquí, terminando…

-Ayyy… No sé qué vamos a hacer con este castillo…

-¿Qué quieres decir? Yo intento arreglar todo lo antes posible.

-Si no se trata de eso, Elsa. Lo que quiero decir es que hace falta un gran cambio. ¿Qué podríamos hacer para que la gente venga aquí a vivir? ¿Qué le gusta a la gente, a los jóvenes, a los niños?

-Pues… no sé, a los demás. ¡A mí me encantan los parques de atracciones!

-¿Parques de atracciones?

-Sí, con castillos hinchables, norias gigantes, montañas rusas…

-Mmmm… bueno, bueno, bueno… Esa es una buena idea. Construiremos un gran parque de atracciones aquí mismo, en el castillo, y tú Elsa serás la encargada de hacerlo.

-¿Yo?

-A ver, yo estoy ya muy mayor y solo quedáis tú y el caballero Nico aquí para ayudar.

-Bueno, está bien, lo haré.

-Claro que sí, Elsa. Tendrás que adentrarte en el Bosque Oscuro y traer todos los materiales necesarios para montar el parque de atracciones.

-Pero… yo nunca he entrado en ese bosque.

-Verás, no hay nada que temer.

-Ah, bueno, entonces…

-Tendrás que tener cuidado, eso sí, con el oso que vive en el bosque, es bastante fiero. Pero no te preocupes, es el encargado de defender el bosque.

-¿Qué? ¿Un oso?

-Sí… Ah, bueno, también hay una bruja, junto al lago, la Bruja Coqueta, pero no te preocupes por ella, es la encargada de cuidar las plantas y los árboles.

-¿Una bruja?

-Sí… y… bueno, los animales típicos del bosque: búhos, zorros, ardillas, ratones…

-¿¡Ratones!? Ah, no. ¡Eso sí que no!

-Pero…

-No, jamás, tengo un miedo terrible a los ratones.

-Mira, Elsa, toma mi espada. Llévala en tu viaje y así te sentirás más segura.

-¡Pero yo nunca he usado una espada! No sé ni cómo cogerla.

-Ay, Elsa, ve a buscar al caballero Nico. Él te enseñará cómo usar una espada. Y quizá pueda incluso acompañarte al bosque y así recogéis antes todo lo necesario para hacer el parque cuanto antes. Bueno, Elsa, hasta pronto.

-Adiós…

Elsa se quedó allí en el taller con la espada en la mano con cara de sorpresa, sin reaccionar durante un rato. De pronto había pasado de hacer una puerta a construir ¡un parque de atracciones entero! No había tiempo que perder. Cogió su mochila y metió sus herramientas, una cuerda, agua y una brújula.

Mientras tanto, el caballero Nico bajaba a las caballerizas a buscar su caballo para dar un paseíto matutino.

-Aaayyy, madre mía, qué solitario está esto. Recuerdo los tiempos en los que salíamos por las mañanas todos los caballeros a patrullar: Rodrigo, de gran escudo; Sandra, de lanza afilada; Manuel, el del caballo negro… Ayyy, tantos amigos que se han marchado ya de aquí. Estoy más solo que la una.

Hacía ya mucho tiempo que sus compañeros y amigos se habían marchado a otros castillos o en busca de aventuras. Y hacía ya mucho tiempo que no tenía a nadie con quien hablar o divertirse. Así que, el caballero Nico, se había convertido en alguien serio, de pocas palabras y aún menos ganas de hacer amigos. Ahora parecía que todo le molestaba: los ruidos, la música, la gente y, sobre todo, los niños. No soportaba a los niños todo el día corriendo, riendo y jugando.

Estaba ya el caballero ensillando a su caballo y dispuesto a salir en su patrulla matutina cuando apareció Elsa por allí:

-Holaaaa.

-Ufff, madre mía, Elsa, ¿qué quieres?

-Bueno, bueno, no hace falta que seas tan amable. Me manda el rey Eugenio a que me enseñes cómo usar la espada.

-¿Una espada? ¿Para qué quieres tú una espada?

-Para defenderme. El rey me ha mandado a buscar unas cosas al Bosque Oscuro para hacer un parque de atracciones.

-¿Qué? -dijo el caballero desagradablemente sorprendido.

-Un parque de atracciones.

-Sí, sí, eso es lo que he entendido. ¿Por qué querría el rey hacer aquí un parque de atracciones?

-Pues para atraer gente, que vengan niños, mayores… ¡todo el mundo!

-¿Niños?, ¿gente? ¿Quién quiere gente en este castillo? Estamos muy bien como estamos.

-¿Me vas a enseñar a usar la espada o no?

-¿Qué? Bueno, sí, claro, pásate por aquí dentro de una hora. Adiós.

Se montó en su caballo y salió galopando sin decir ni media palabra más. Elsa se dio media vuelta y se dirigió a la cocina a coger algo de comida para su aventura.

Miguel, el cocinero, era amigo de Elsa desde que eran pequeños. Cada mañana le preparaba su desayuno favorito: un vaso de leche y unos huevos fritos. Los dos amigos estuvieron allí desayunando juntos mientras ella le contaba toda la historia del parque de atracciones: el viaje, el caballero y que estaba un poco preocupada porque pensaba que habría ratones en el bosque. Miguel le preparó algo de comida para que se llevase en la aventura y le aconsejó que no le diera muchas vueltas a eso. Desde que un ratoncillo la había mordido de pequeña por pisarlo sin querer, les había cogido un miedo terrible a los ratones pero, en realidad, eran bastante inofensivos.

El caballero Nico había salido a patrullar por los alrededores del castillo y mientras tanto iba refunfuñando: “Un parque de atracciones… ¿A quién se le ocurre? El castillo se va a llenar de niños… ¡No quiero ver niños ni en pintura! Tengo que hacer algo para evitarlo. Mmm, ya sé”. El Caballero orquestó rápidamente un pequeño plan para hacer fracasar aquel asunto del parque de atracciones: primero convencería al oso de que Elsa era una intrusa, así la asustaría para que se fuera del bosque, y en cuanto volviese al castillo le enseñaría a usar mal la espada. Así no habría de qué preocuparse. Era un sencillo plan para dejar las cosas tal y como estaban. Ya había sufrido muchos cambios en el pasado y prefería dejar las cosas tal cual estaban, no fueran a ir a peor. Cuando regresó al castillo, Elsa le estaba esperando para recibir sus clases de espada, y el caballero Nico cumplió su plan punto por punto.

Así que Elsa salió del castillo para adentrarse en el Bosque Oscuro pero sin saber cómo manejar una espada bien ni lo que se iba a encontrar. Y el caso es que la casualidad quiso que lo primero que se encontrase, antes incluso del oso, fuera un ratón. Y se asustó tanto la chica que se puso a gritar, subida en una piedra. El ratón, al verla y oírla, se asustó también, se subió a otra piedra y se puso también a gritar. Y así estuvieron un rato, gritando los dos, hasta que Elsa recordó lo que Miguel, el cocinero, le había dicho, y empezó a pensar que el ratón estaba tan asustado como ella. Y pensó también que a ella lo que más le gustaba eran las cosquillas y que quizá al ratoncillo también… Entonces se acercó y empezó a hacerle cosquillas, y el ratón a Elsa también, y los dos acabaron tirados por el suelo de la risa. Se lo pasaron en grande. Al cabo de un rato, el ratón decidió presentarle al resto de su familia de ratones, los Svenson, y estuvieron charlando un rato. Elsa se dio cuenta de que, en realidad, los ratones eran unos animalitos muy majos, especialmente los ratones Svenson.

Elsa continuó su camino por el bosque, pero el viaje había sido largo y necesitaba un sueñecito, así que se tumbó en un claro a echarse una siesta. Y entonces apareció el oso guardián del bosque. Al ver a la chica, pensó: “Vaya, esta debe de ser la chica de la que me ha hablado el caballero Nico. No parece tan peligrosa como me había dicho, pero, a veces, las apariencias engañan… Me acercaré a ver”. El oso se acercó sigilosamente a la chica. Vio que llevaba una espada y, por si acaso, decidió dar un rugido y asustarla un poco. Se preparó, abrió la boca y “¡RRROOOOAAAAARRGGG!”. Elsa se levantó de un salto, trató de sacar su espada pero lo hizo, como le había indicado el caballero, con la mano equivocada, así que la espada salió disparada por los aires y cayó entre unos arbustos. La chica miró al oso, el oso miró a la chica. Los dos se quedaron quietos un momento mirándose el uno al otro, intentando ver si el otro era o no alguien a quien temer y, el caso era, que a los dos les parecía el otro inofensivo… Entonces aparecieron por allí los ratones, que habían pensado que podían acompañar a Elsa en su aventura. Al ver la situación se lanzaron sobre el oso y se pusieron a hacerle ¡cosquillas! Después de un rato, se habían hecho todos bastante amigos y el oso les contaba que estaba ya bastante cansado de estar por allí en el bosque solo y sin poder ver a nadie. Cuando Elsa le contó lo del parque de atracciones, le pareció una idea bastante buena y les dijo que a él siempre le habían gustado y que sería genial tener uno allí mismo en el castillo. Así que les dijo que si querían los mejores árboles para el parque, tendrían que ir hasta el lago, donde se encontraba la bruja.

La Bruja Coqueta cuidaba de las plantas y árboles del Bosque Oscuro desde tiempos inmemoriales, desde antes incluso de que se construyera el castillo. Había vivido los tiempos de apogeo del castillo, cuando la gente venía de todas partes del mundo a visitarlo y pasaban por el bosque todo tipo de personas. Lo pasaba tan bien en aquella época… Ahora estaba un poco aburrida por allí. Además, hacía unos días se le había roto la puerta de su cabaña junto al lago y el frío y la humedad la tenían hecha polvo a la pobre.

Al llegar Elsa con los ratones y el oso hasta la orilla del lago, la bruja se sorprendió un poco, pero, como hacía tiempo que no venía nadie por allí, pensó que era una buena oportunidad para saber qué pasaba por el castillo. Entraron en su cabaña y Elsa le contó todo lo que había ocurrido en los últimos tiempos y el plan del parque de atracciones. Al entrar, la chica se dio cuenta de que la puerta estaba rota y, sin darle mucha importancia, sacó sus herramientas y arregló la puerta mientras hablaba. Terminaba de arreglarla cuando llegó al final de su relato diciendo:

-Y hemos llegado hasta aquí para buscar los materiales del parque pero claro, ¿qué podemos hacer por ti, bruja, para que nos concedas algunos de tus árboles?

-Pero… pero… -dijo la bruja atónita-. No tienes nada más que hacer. Toma, coge esta vara, te guiará hasta los mejores árboles. Llévatelos y que el castillo vuelva a ser lo que era antaño, que estábamos mucho más divertidos.

-¿Así? ¿Tan fácil? -dijo Elsa sorprendida.

-Ay, hija, no sabes lo contenta que me voy a quedar al cerrar, por fin, la puerta en cuanto os marchéis.

Y así, Elsa y los demás se despidieron y fueron al otro lado del lago siguiendo la vara en busca de los mejores árboles para el parque de atracciones.

Todo parecía ganado, pero el caballero Nico no iba a quedarse de brazos cruzados. Había estado siguiendo la aventura desde lejos y ahora llegaba el momento de intervenir. Y Elsa y los demás lo sabían, así que mientras que ella continuaba buscando los árboles como si nada, los ratones Svenson preparaban una trampa con la cuerda que Elsa llevaba en la mochila y algunas ramas y hojas para esconderla. En cuanto el caballero apareció por allí pavoneándose, metió el pie en la trampa y quedó inmediatamente enrollado en la cuerda, de forma que no podía moverse. Y estaban dispuestos a dejarle allí atado pero, la verdad, era que todos se habían equivocado al juzgarse unos a otros en aquella aventura, así que pensaron que quizá con el caballero Nico también se estaban equivocando. Le preguntaron por qué no quería que se construyera allí un parque de atracciones y después de un rato entendieron que, en realidad, lo que le pasaba era que echaba mucho de menos a sus antiguos compañeros y que se sentía solo. Lo cierto es que todos los que quedaban por allí, en el castillo o en el bosque, empezaban a sentirse un poco solos y quizá con todo aquello del parque de atracciones, podrían volver a recuperar la vida y la alegría que aquel reino había tenido en otro tiempo.

Finalmente volvieron al castillo Elsa y el caballero Nico, acompañados por la familia de ratones Svenson, y se pusieron manos a la obra. En poco tiempo, el mejor parque de atracciones de todo el reino estuvo construido. La gente empezó a acudir de nuevo de todas partes del mundo y aquel castillo volvió a ser como era antes, pero un poco mejor porque ahora tenía un gran parque de atracciones. El rey Eugenio les concedió a Elsa y al caballero Nico la corona para poder retirarse él también y disfrutar del parque de atracciones. Así que desde entonces los dos reinaron en aquel castillo.

Y Colorín Colorado… este Cuento Irrepetible se ha acabado.