TODO POR AYUDAR
Érase una vez, entre las humos y los ruidos de la gran ciudad, en lo alto de un rascacielos, se encuentra nuestra protagonista, dedicada de sol a sol al cuidado y protección de los animales, una joven que con su esfuerzo acoge y da de comer a todos los animales afectados por la contaminación y las prisas de esta metrópoli. ¿Una superheroína quizá? Pues no, porque Sandra, que así se llama nuestra protagonista, si bien dedica el día a ayudar a todos los animalitos que encuentra, dedica sin embargo las noches a algo muy diferente, a la actividad mucho menos loable de robar bancos. Y es que ayudar a los animales salvajes que se acercan hasta el último piso de ese rascacielos no da mucho beneficio, por no decir ninguno, y de algún sitio tiene que sacar Sandra el dinero para mantener todo eso…
En sus andanzas y correrías le acompaña siempre el Señor Cerdito, un cerdo, como su propio nombre indica, vestido a rayas como los presidiarios de la época, anticipando ya un poco un sombrío futuro, aunque dedicándose a lo que se dedican y con el despiste que tiene encima, tampoco sería de extrañar que acabase haciendo honor a su vestimenta, pasando un tiempo entre rejas.
– Señor Cerdito… ¿dónde estás? -pregunta Sandra abriendo la puerta de la azotea.
– Eeee… estoy… estoy aquí Sandra.
– Ah, sí, no te veía con todo este humo.
– Sí, hoy la ciudad está especialmente contaminada, hemos recibido muchos animales con problemas respiratorios.
– Qué haría yo sin ti…
– Pues no sé, Sandra. Podrías jugar al solitario, sentarte a tomar el sol, atender a los animales…
– Ya, ya, Cerdito, es una forma de hablar.
– Aaaahhh…
– El caso es que tenemos que aquí no estamos bien, no tenemos sitio para todos los animales que necesitan nuestra ayuda. Tenemos que dar un gran golpe, conseguir un montón de dinero y montar un buen albergue para animales en peligro.
– ¡Claro que sí!
– Y ¿qué necesitamos para eso Sr. Cerdito?
– Necesitamos… necesitamos: pistolas, hamburguesas (por si nos da hambre), linternas, abrepuertas y una mochila para llevarlo todo.
– Sí, sí, todo eso y una cosa más…
– Ah, ¿sí? ¿Qué cosa?
– ¡Que no te olvides el dinero en el banco como la última vez!
– Ay sí, jeje, qué despiste…
– ¡Y tanto! Vamos que después de todo vas y te dejas lo más importante… A ver si el próximo golpe que demos es uno grande, muy grande y podemos dedicarnos ya sólo a los animalitos, los pobres. Y acuérdate de llevarte el dinero esta vez.
– Sí, sí, Sandra, no se me olvidará más.
– Vamos a repasar lo que necesitamos: pistolas, hamburguesas, linternas, abrepuertas y todo en la mochila. Bueno, Sr. Cerdito… ¿qué banco vamos a robar entonces?
– Pues mira, he pensado que deberíamos atracar el Banco Central, ahí es donde más dinero hay, sacaremos un pastón y podremos montar el refugio de animales en peligro.
– ¡Genial!
– Ah, por cierto, he oído hablar de que en el banco hay no sé qué fantasma…
– ¿¿¡¡ Quéeee !!??
– Sí, un fantasma… uno pequeñito. Vamos que casi ni se ve. Y a lo mejor ni siquiera es verdad…
Bueno, es que no lo habíamos dicho todavía, pero a Sandra le dan auténtico pavor los fantasmas.
– Ah, nonononono, si hay fantasmas yo no voy.
– Pero Sandraaa… que es la única forma de que podamos sacar tanto dinero en un solo golpe…
– AAAYYYYyyyy… Bueeeenoooo, vale, si es por ayudar a estos animalitos… lo haré. Pero más vale que eso del fantasma sea una leyenda.
Todo parecía fácil, sólo tenían que pensar un buen plan para entrar en el Banco Central y ya se veían con su refugio, ayudando a todos esos pobres animalitos afectados por la contaminación, los accidentes, o cualquier otra cosa. Con un lugar como ese, podrían atender a montones de animales.
Y todo hubiera sido así de fácil de no ser porque había llegado a la ciudad el detective Rocky Lobo, el mejor detective de todos los tiempos (después de Sherlock Holmes, claro). Un hombre larguirucho, con grandes gafas y un sombrero al estilo de las mejores novelas policiacas. Rocky Lobo había viajado por todo el mundo desentrañando los más complicados misterios y ahora había llegado a la ciudad para descubrir quién era esa ladrona que había estado robando bancos en los últimos tiempos y de la que nadie sabía nada de nada.
– Tendré que agudizar mis sentidos y, sobre todo, recordar bien las claves de todo buen detective: Primero, mirar por la mirilla, estar siempre atento a cualquier movimiento sospechoso… Segundo, toser a tiempo, para disimular, que nadie se de cuenta de que le observan. Y por último, tirarse un pedete y acusar al de al lado, no hay mejor distracción cuando quieres desaparecer sin ser visto. Esa ladrona de bancos no tiene idea de lo que le espera…
El atardecer sobre la ciudad dejaba un cielo rojo, todos se preparaban para volver a su hogar después de la jornada de trabajo, pero Sandra y el Sr. Cerdito, en la azotea de su rascacielos, observaban fijamente los movimientos de los trabajadores del Banco Central, analizando cada pequeño detalle para su robo. Aquél lugar era enorme y estaba lleno de escondites, lleno de trampas y cámaras, lleno de dinero, lleno de trampas y ordenadores y sobre todo… tenía trampas. Los últimos trabajadores del banco terminaban ya de recoger y dejaban todo en orden para la noche:
– Martínez, ¿has metido el dinero en la caja?
– Claro que sí, González. ¿has activado las cámaras?
– Por supuesto, Martínez. ¿Has apagado los ordenadores?
– Lo estoy haciendo ahora, González. Y no te olvides de activar las trampas.
– Justo lo estoy haciendo aaaahooora. Vámonos Martínez.
– Vayámonos González.
– El señor presidente estará orgulloso de nosotros Martínez.
– Seguro que sí González.
– Buenas tardes.
– Buenas tardes.
El banco se quedaba en calma, en el más absoluto silencio tras la salida de los últimos trabajadores. Un silencio plácido tan solo roto por un quejido en la lejanía…
– Aaaaahhhh… ¡qué hambre tengo! Madre mía, para ser un fantasma, qué mala pata la mía, me podía haber tocado en una cocina.
Era el fantasma negro, que se había quedado así por no poder comer nada siendo fantasma, con el hambre que da vagar por ahí flotando. Si sólo pudiera encontrar algo que poder comerse… cualquier cosa. Pero nada, los del banco no se dejaban allí ni un donut, ni un pollo, ni un triste sándwich. Nada de nada.
González y Martínez, del banco, habían mantenido esa misma tarde una reunión con el genial detective Rocky Lobo, explicándoles el temor que tenían, después de que los otros bancos de la ciudad hubieran ya sido desvalijados, de que el suyo fuera el próximo. Sin embargo el detective les había tranquilizado revisando sus sistemas de seguridad y garantizándoles que, en el improbable caso de que llegaran a robarles, él mismo en persona se encargaría de perseguir y atrapar a la ladrona.
Y justo al caer la noche, cuando la ciudad también duerme, en una noche sin luna, Sandra y el Sr. Cerdito se colaban por un hueco en una ventana, en el interior del famoso banco. Ni un ruido, ni un despiste, tenían que extremar las precauciones. Estaban haciendo un trabajo impecable, evitando las cámaras, sorteando las trampas que alcanzaban a descubrir, y todo en el más absoluto silencio. Sandra ya podía oler el dinero. Y hubiera sido todo tan fácil como en su plan, de no ser por el fantasma negro…
– Uy, uyuyuyuy, si mi olfato fantasma no me engaña… eso que huelo son… ¡hamburguesas! Alguien se ha dejado una hamburguesa en la oficina, ¡por fin! ¡¡¡después de tanto tiempo!!!
El fantasma corría por los pasillos, bueno, más bien volaba, siguiendo su olfato, en busca de las deseadas hamburguesas, cuando al girar una esquina se topó de frente con Sandra y el Sr. Cerdito. Nuestra protagonista se asustó tanto que echó a correr, olvidándose de las cámaras, las trampas y todo lo demás.
– ¿Pero qué hace esta chica?¿por qué corre? Y tú, cerdito ¿qué llevas en la bolsa? ¿¡son hamburguesas!? ¿Me das una… porfa?
El Sr. Cerdito estaba entre asustado y sorprendido, era la primera vez que le hablaba un fantasma… tenía tantas preguntas sobre fantasmas que no sabía qué hacer. Así que comenzó a responderle:
– Bueno, sí… son hamburguesas, por si nos entra hambre.
– Y… ¿podrías darme una?
– No sé… es que eran para nosotros…
En ese momento, aparecía Sandra corriendo por el otro extremo del pasillo, ya había dado la vuelta al edificio completo.
– Oye, esta chica, con tanto jaleo, va a hacer saltar la alarma.
– Ya… es que no me escucha…
Así que el fantasma se puso de un salto en su camino, Sandra se quedó muy quieta.
– Mira, chica…
– Pssst… se llama Sandra.
– Bueno pues, mira, Sandra, si andas corriendo y gritando así, vas a saltar la alarma. No sé qué has venido a hacer aquí pero me temo que así con tantos gritos… no lo vas a conseguir.
– Eeeeehhh… aaaahhhh… essstttteeee… – dijo Sandra muerta de miedo.
– Si te entiendo, es la primera vez que hablas con un fantasma ¿verdad? Pues somos como cualquier otra persona, pero más guay porque flotamos en el aire.
– Aaahh…
– Al grano, el caso es que me ha parecido que este cerdito de aquí traía hamburguesas y yo… ¡me muero de hambre! Así que… si me hicierais el favor de darme una… sería genial. Yo podría ayudaros con las trampas y todo eso, me conozco el banco como si fuera mío. Jajaja.
– Eee… está bien. Entonces… ¿no vas a hacernos nada?
– ¿Yo? Jajaja. ¡Qué va! Si es que los fantasmas tenemos muy mala fama, pero en realidad no hacemos nada a nadie.
– Es verdad -dijo el Señor Cerdito- este es un fantasma muy majete. Jeje.
– Bueno, fantasma, si sólo quieres una hamburguesa…
– Oye, Sandra -le decía el cerdito en bajito a la joven- que es que… yo… yo sí que quería comerme la hamburguesa.
– Bueno, vale, pues le das la mía.
– ¡Entonces vale!
– A ver, fantasma, te damos la hamburguesa y nos ayudas a llegar hasta el dinero, ¿de acuerdo?
– De acuerdo -dijo el fantasma negro relamiéndose.
Y así lo hicieron, el fantasma se comió su hamburguesa más feliz que una perdiz y les fue guiando por el banco hasta llegar a la caja negra donde se encontraba todo el dinero. Les ayudó a abrirla pero cuando iban a marcharse con el dinero…
– ¡Aja! Aquí estábais bribones ¿creíais que ibais a poder escapar de Rocky Lobo? Pues estábais muy equivocados.
Sandra y el Señor Cerdito salieron corriendo por el pasillo más rápido que un rayo.
– Vaya -dijo contrariado el detective- pues parece que sí que creen que van a escapar… tendré que ir a buscarlos.
Nuestros protagonistas se habían ocultado en uno de los muchos escondites del banco, pensando lo más rápido que podían, trataban de buscar una solución. Se miraron los dos fijamente durante un rato hasta que, por fin:
– ¡Ya sé! -dijo Sandra.
– ¡Yo también! -dijo el Señor Cerdito.
– Llamaremos a todos los animalitos que conocemos para que nos ayuden a detener a ese detective.
– Aaaahhh… sí, eso. -Respondía el cerdito- Esa es una muy buena idea, mejor que la mía, claro.
– ¿Qué habías pensado?
– Bueno… yo estaba pensando en las hamburguesas, que igual podíamos, al volver a casa, hacer más hamburguesas, porque, no sé tú pero yo me he quedado con hambre, con tanta carrera… Pero nada, hacemos tu idea, claro.
– Está bien…
Y así lo hicieron, llamaron a todos los animalitos que conocían en la ciudad, que eran muchos, para que les ayudasen. Cada uno se metió en uno de los escondrijos que ocultaba el banco y estaban todos preparados, entre las sombras, para saltar sobre el detective en cuanto se diera la señal.
– Niñaaa… cerdito… salid, nadie escapa al gran Rocky Lobo. Salid de donde estéis, vais a ser noticia… Mañana publicarán en todos los periódicos mi foto con vosotros dos en la cárcel…
El detective estaba tan confiado de atrapar a los dos intrusos que no se dio cuenta de que estaba rodeado de animales hasta que ya se había metido hasta el fondo en la trampa de nuestros protagonistas.
– ¡Ahora! -gritó Sandra.
Y cientos de animales se lanzaron sobre Rocky distrayéndole, maréandole, inmovilizándole… el detective estaba fuera de combate. Aprovecharon Sandra y el cerdo ese momento de confusión para salir corriendo con el botín, esta vez sí, bajo el brazo.
Al llegar al rascacielos no lo podían creer, habían conseguido todo ese dinero. Por fin podrían cumplir su sueño: el gran albergue de animales de Sandra y el Sr. Cerdito.
– ¡Enhorabuena Sandra! Por fin tenemos lo que queríamos.
– Sí, por fin. Muchas gracias Cerdito, y muchas gracias a todos vosotros y vosotras que nos habéis ayudado, animalitos. Por cierto, espero que el detective haya leído la nota.
– ¿Qué nota?
-Al salir le dejé una nota al detective para que no se sintiera mal, explicándole que todo esto lo hacíamos para ayudar a los animales…
Mientras tanto, en el banco, el detective Rocky Lobo sostenía un papel entre sus manos, con expresión de asombro y admiración:
– “…y por eso, señor detective, ante la falta de recursos, nos hemos visto obligados a coger todo este dinero, para ayudar a los animales que lo necesitan.” Vaya, vaya, la verdad es que… si ha sido por ayudar… creo que podré pasar por alto la investigación, aunque sólo sea por esta vez.
El detective se marchó con una mezcla de amargura por su primer caso no resuelto y satisfacción por el albergue de animales. Dejó la nota sobre una mesa mientras se marchaba antes de que los trabajadores de la mañana llegasen y descubriesen aquel robo.
El primero en llegar fue el presidente del banco, al ver todo aquél desorden, inspeccionó el lugar con cuidado, encontró la nota y, tras leerla, se dijo a si mismo:
– Bueno, en el banco tenemos mucho dinero y también un buen seguro, si ha sido por ayudar a los animales… quizá podamos dejarlo pasar por esta vez.
Y así fue como Sandra y el Señor Cerdito consiguieron crear el mayor refugio para animales en peligro que jamás había habido en la ciudad y dieron comida y ayuda para todos los que lo necesitaron durante mucho mucho tiempo.
Y Colorín Colorado… este Cuento Irrepetible se ha acabado.