La enfermedad del faraón

Cuentos Irrepetibles: 29 septiembre 2018 La enfermedad del faraón

Érase una vez, en Egipto, entre dunas y pirámides, se encontraba un lugar muy especial, casi desconocido, la antigua pirámide del Faraón Juan I apodado “el bromista” porque gustaba de gastar bromas por doquier, a sus súbditos, a sus soldados e incluso a sus padres. Allí, encerrada en la pirámide había una persona, Martina, una joven doctora que pasaba los días en el interior de aquella enorme construcción leyendo y releyendo los jeroglíficos e inscripciones que había por casi todas las paredes, además de pergaminos y escrituras que podía encontrar en las diferentes cámaras del interior de la pirámide.

Martina había sido engañada para quedarse allí investigando con la promesa de que nunca encontraría una de esas aterradoras momias en aquella tumba puesto que hacía ya años que se habían sacado todos los sarcófagos para llevarlos a diferentes museos internacionales. Aunque aquello tampoco era verdad, por la pirámide seguía pululando la momia de Juan I el Bromista esperando que alguien llegase para gastarle alguna broma y recordando las historias del pasado en los jeroglíficos, pero nada, llevaba muchísimos años más solo que la una. Por supuesto, Martina, aunque médico acostumbrada a las vendas, no podía soportar la idea de que una momia fuera algo real y cada día se repetía a sí misma que las momias no eran más que historias y leyendas para asustar a los ladrones de tesoros.

Aquella joven estaba allí encerrada por la artimaña de un hombre, Don Pito Pi, un hombre temible con un nombre bastante poco temible, la verdad. Don Pito no era de hacer muchos amigos, más bien, lo contrario, aunque sí que tenía a alguien siempre de su lado, a su ayudante “Cachas”, fuerte como su propio nombre indicaba, su jefe ni siquiera se molestaba en aprenderse correctamente su nombre y unas veces le llamaba “musculitos”, otras “fortachón”, cualquier cosa menos “Cachas”. Don Pito Pi se había propuesto enriquecerse gracias a una vieja historia egipcia, de la cual había sabido a medias por habladurías y por las lecturas que Martina había podido descifrar: La Historia de La Enfermedad del Faraón. Cuenta la leyenda que mucho tiempo atrás, en los tiempos de los grandes faraones, cuando se construían las pirámides y las grandes esfinges, un joven y alocado faraón se dedicaba a gastar bromas a todos los habitantes de la zona, la gente había empezado a cogerle un poco de manía por todas aquellas gracietas y a este joven mandatario no se le ocurrió cosa mejor que gastarles una última gran broma, había creado una fórmula secreta que hacía a aquél que entrase en contacto con ella, sentir un terrible picor en el culo, sí, así se las gastaba el joven Juan I. No contento con eso, la fórmula no sólo se transmitía por el propio brebaje sino que cualquiera que estuviera contagiado podía, a su vez, contagiar a otro con sólo tocarle. El caso es que aquello, que comenzó como una broma, se extendió por todo Egipto y causó el caos en poco tiempo por lo que la llamaron “La Enfermedad del Faraón”. Juan no duró mucho más tiempo como faraón y terminó momificado como los demás grandes reyes egipcios, en una pirámide. Sin embargo, el mal que había causado había durado todavía largo tiempo y costado mucho encontrarle remedio, así que, para advertir a las futuras generaciones, se escribieron jeroglíficos contando la historia, advirtiendo de los problemas que sufrieron y describiendo, a través de pistas, los ingredientes para fabricar la fórmula que curaba la enfermedad, junto a estas inscripciones había una advertencia: uno de los ingredientes podía ser la clave para convertir la pócima del remedio, en la pócima de la enfermedad. Y ¿adivináis qué estaba tratando de conseguir Don Pepito Pi? Claro que sí, la fórmula secreta de la Enfermedad del Faraón. El hombre había pensado que si conseguía propagar la enfermedad, se haría rico vendiendo la cura y que todos irían a buscarle para que les curase, y así se convertiría en el hombre más rico y poderoso de Egipto.

Pero de todo esto no le había contado nada a Martina, claro, a ella le había dicho que estaba investigando sobre la enfermedad para ayudar a curar otras enfermedades similares, aprendiendo sobre lo que había ocurrido. Y Martina, que siempre estaba dispuesta ayudar, sobre todo si se trataba de curar gente, había pensado que era una buena idea. Y por eso llevaba tanto tiempo allí encerrada, leyendo y descifrando aquellos jeroglíficos, tratando de encontrar las pistas para la fórmula secreta. Y aquel día, fue justo el día en que lo consiguió, entre las diferentes salas pudo juntar las pistas para encontrar la fórmula secreta para la pócima que curaba la Enfermedad del Faraón: Agua del Nilo, Loto Blanco y Cáscara de Escarabajo. Y también había descubierto el ingrediente clave: el Loto Blanco, sustituido por Loto Rosa, podría convertir el remedio en enfermedad. Martina estaba muy satisfecha de sí misma, por fin había dado con la clave de todo y podría salir de aquella pirámide y ver un poco la luz del sol. Estaba radiante de alegría, daba saltos sonriente pensando en lo que haría cuando saliera y corría por los pasillos cantando canciones… Pero eso había sido hasta que encontrarse con la momia de Juan I el Bromista; Martina primero se quedó pálida, inmóvil, y al segundo comenzó a reaccionar, de pronto salió corriendo y gritando por todos los pasillos de la pirámide antorcha en mano como si hubiera visto un fantasma y, bueno, no era un fantasma pero una momia, sí, que da el mismo miedo. Y la pobre momia, que pensaba que por fin tendría a alguien a quien hablar y, quizá, gastarle una bromilla, pero había vuelto a quedarse solo.

Corriendo despavorida, Martina se topó con Don Pito y Cachas, que venían a ver qué tal iba su gran negocio:
Bueno, bueno, Martina, dónde vas tan rápido, ¿eh?
– Usted, ¡usted! – gritaba Martina desencajada- Usted me prometió que no había momias en esta pirámide.
– Y no las hay.
– ¿Cómo que no? Acabo de ver una con mis propios ojos, justo acababa de encontrar la clave de la pócima, cuando de repente me giro y allí está, con sus vendas, con sus cosas… ¡una momia!
– ¿De verdad?
– Sí, sí, se lo juro, una momia que tenía un…
– No, no, no, eso no, lo otro, lo de la pócima. ¿De verdad has encontrado la clave de la pócima?
– Ah, bueno, sí, jeje. -dijo orgullosa- sabía que tenía que estar en una de esas cámaras y… la encontré, jeje.
– Ay -empezó a decir Cachas- qué lista es…
– Sí -continuó Martina- no fue fácil pero lo conseguí.
– Y qué guapa… -seguía Cachas ensimismado.
– ¡Calla bobo! -le interrumpió Don Pito- Cuenta, cuenta, Martina, ¿cuál es la fórmula?¿cuál el ingrediente clave?
Martina le contó todo lo que había averiguado, con todo lujo de detalles, aunque Don Pito sólo quería saber la forma de la poción y una vez le hubo revelado el secreto, atajó la conversación:
– Bueno, bueno, Martina, parece que lo has conseguido, y también que has hecho algún amigo en el proceso ¿eh? JAJAJA. Pues nada, he pensado que es mejor que te quedes aquí encerrada y charles con la momia. ¡Cachas! Cierra la puerta y que no salga nunca más.
Ella no entendía nada, siempre le había parecido que había algo raro en Don Pito pero nunca había pensado que fuera a llegar a esto. Estaba encerrada en la pirámide y, lo que es peor, estaba encerrada ¡con una momia!

Tenía que encontrar la forma de escapar pero no parecía que hubiera otra salida, había recorrido cada centímetro del lugar durante los últimos dos meses y no había encontrado nada parecido a una puerta, más que la de entrada. Se sentó un momento a reflexionar, con la cara entre las manos, tratando de concentrarse. Entonces llegó la momia que venía buscando a la única persona que había visto en siglos, se acercó a ella despacio y le tocó el hombro:
– Chica, ¿estás bien?
– … -Martina estaba sin palabras, aterrada.
– Madre mía, qué mala cara, parece que hubieras visto un fantasma… ¿Es por mí? Pero si yo no hago nada… tal vez alguna broma, pero nada más.
Martina recordó que durante mucho tiempo, de pequeña, había tenido miedo al vecino de la casa de enfrente y, cada vez que éste salía a tirar la basura, ella se metía corriendo en casa, hasta que un día su madre le había dicho que por qué no cruzaba la calle y hablaba con él, que quizá conociéndole un poco mejor no le daría tanto miedo. Y así lo hizo, y luego fueron amigos mucho tiempo. Así que, esta vez, también podría hacer lo mismo, aunque fuera una momia… Levantó la mirada y le preguntó temblorosa:
– Eeeehhh… ¿Qui-qui-quién eres?
– ¿Yooo? ¡Quién voy a ser! Juan I el Bromista, ¡el más querido de todos los faraones!
– Bueno… el más querido…
– ¡Eh! ¿Qué quieres decir? Yo siempre estaba haciendo bromas para animar a la gente.
– Sí, claro, aunque creo que te pasaste de bromas, según he leído la gente estaba cansada ya de tus bromitas y eso fue antes de la Enfermedad del Faraón.
– ¿La Enfermedad del Faraón?
– Tu última broma, les costó años quitarse aquel picor.
– AH, jajajaja. ¡Qué gracioso! Jajaja, ay que me parto. Se tuvieron que reír de lo lindo.
– Qué va, todo lo contrario, aquello causó muchos problemas en la región…
– ¿En serio? No sabía nada de todo eso…
– ¿Por qué crees que tu pirámide está en un sitio que nadie visita?
– Puueeees….
– Porque tus bromitas acabaron cansando a la gente
– Nunca lo había pensado así
– Pues así fue
– Vaya… Bueno, al menos tú ¿ya no tienes miedo?
– No… jeje. Gracias. Se me había olvidado completamente. No pareces de esas momias a las que haya que temer.
– Jaja, qué va. Y ¿qué haces aquí metida?
– Pues verás, estaba buscando la fórmula secreta que cura la Enfermedad del Faraón para un tipejo llamado Pepito Pi que resulta que al final me ha engañado y me ha encerrado aquí.
– Vaya, vaya… ese tipo debe querer hacer negocio con la pócima. Eso está muy feo. Deberías detenerle.
– Ya me gustaría pero no puedo salir de la pirámide. Han cerrado la puerta.
– Eso no es problema, yo conozco todos los pasadizos de la pirámide… la diseñé yo mismo. Esta es una buena oportunidad de compensar todo el daño que hice con mi última broma… ¡Te ayudaré a salir!
– Genial, ¡gracias!
– Por cierto, ¿tienes ya el loto blanco?
– No, por qué…
– Porque es una flor muy rara y difícil de encontrar, si mis cálculos no fallan, debe quedar tan solo una. Así que debes llegar a por ella antes que ese tal Pito Pi. Rápido, ven conmigo.
Los dos recorrieron pasadizos y cámaras de la pirámide como una exhalación, al final del pasillo más profundo, en una pequeña sala casi vacía, había una estatua. Empujando la estatua se abría un pasadizo secreto que llevaba al exterior.

Mientras tanto, Don Pepito Pi había tomado la delantera y había conseguido los ingredientes para las dos pócimas: la de curar y la de enfermar. Se dio un paseo por la ciudad rociando sin que nadie le viera el líquido del faraón y no pasó mucho tiempo hasta que la gente empezó a enfermar, al cabo de un par de días, había ya un buen número de personas que no podían parar de rascarse. Entonces comenzó la segunda fase del plan: ofrecer la cura. Fue acercándose a los lugares donde había gente contagiada y ofreciéndoles la pócima curativa. Rápidamente se corrió la voz: había un hombre que podía curar la Enfermedad del Faraón. La gente hacía cola ya para poder conseguir, esta vez pagando un alto precio, el antídoto. Don Pepito Pi se frotaba las manos sonriente pensando en la cantidad de dinero que llegaría a conseguir en tan poco tiempo y ya trabajaba en un eslogan: “La fórmula de Don Pito / te curará el culito”. Pero para poder producir tanta fórmula curativa como quería, necesitaba mucha gente trabajando, así que a los que fueron llegando en busca de su cura, los fue encerrando uno a uno en un calabozo para obligarlos a trabajar para él y hacer más pócima curativa para los demás. Su plan se hacía cada vez más oscuro y complejo, y no le importaba a quién tuviera que pisotear para conseguir su objetivo: riqueza y poder.

Martina había conseguido el agua del Nilo y la cáscara de escarabajo, sin embargo, al llegar al lugar donde debía encontrarse el Loto Blanco… no quedaba ni rastro de la planta. Lo que sí encontró con cierta facilidad a sus alrededores, fue la flor del Loto Rosa. Con ella sólo podría crear una pócima para enfermar a la gente pero pensó que si se llevaba algún ejemplar y lo analizaban, quizá podrían conseguir convertirlo en cura. Mientras volvía hacia la pirámide, caminando apesadumbrada por no haber conseguido el Loto Blanco a tiempo, vio como la gente se rasacaba el culete pero no uno ni dos, se había cruzado por lo menos con veinte o treinta personas rascándose sin parar y todos se dirigían en la misma dirección. Se dio cuenta inmediatamente de la trampa de Don Pepito Pi, se iba a hacer rico a costa de hacer a otros enfermar… eso no lo podía permitir.

Buscó por la ciudad a todos los amigos y amigas que tanto tiempo llevaba sin ver y juntos volvieron a la pirámide para preparar una gran cantidad del brebaje de la “Enfermedad del Faraón” la repartieron entre todos y cada uno se guardó un poco. Siguieron la cola de gente que esperaba la pócima curativa hasta un gran almacén que había estado abandonado durante años, allí tenía su cuartel general, donde los enfermos esclavizados trabajaban para crear más poción y el resto de personas contagiadas trataban de ganarse un botecito de la medicina milagrosa. La vista de aquello horrorizaba a Martina. Se colaron en el almacén en un despiste y se escondieron. Al cabo de un rato, cuando Don Pepito se había quedado a solas y, sobre todo, despegado de su gran ayudante Cachas, todos se lanzaron sobre él rociándole con la pócima del picor, Don Pito empezó a rascarse primero un poco al final, tanta poción le habían echado, que se rascaba por el cuerpo entero, hasta que cayó desmayado. En ese momento aparecía Cachas:
– Pero ¿qué ha pasado? ¿qué habéis hecho?
– Este… -empezó Martina- este hombre está explotando a la gente para que fabrique una medicina que él mismo ha contagiado quedándose con todo el dinero.
– ¿Ah Síiii? ¡Pero bueno! Si a mi me había dicho que todo esto lo hacíamos por una buena causa y que lo que pasaba era que le tenían envidia, anda que si llego yo a saberlo…
Sin Pito Pi de por medio, la gente de la ciudad se volcó en solucionar el problema, en poco tiempo hubieron tenido suficiente pócima curativa para frenar la Enfermedad del Faraón. Martina estuvo trabajando codo con codo con la gente de la ciudad y especialmente con Cachas que quería ayudar en todo lo posible. La gente se quedó tan contenta que se pusieron a celebrar por las calles. Martina le contó a todo el mundo que había hablado con la momia de Juan I el Bromista y que se había arrepentido de todas sus bromas pero, sobre todo, de aquella y que les pedía a todos disculpas. Martina volvió a la pirámide a visitar a la momia todas las semanas y se hicieron grandes amigas. Y el resto de la gente perdonó a Juan I y empezaron a acercarse a visitar la pirámide, al cabo de unos meses, la gente iba y venía por allí a todas horas y Juan I estaba encantado, aunque ya no gastaba bromas… al menos ninguna broma pesada.

Por cierto, de lo de Martina y Cachas ya hablaremos otro día, aunque os podemos contar que al final, hubo beso.

Y Colorín Colorado… este Cuento Irrepetible se ha acabado.