Érase una vez, entre todas las estrellas y planetas del espacio había una luna, una luna muy particular, era la luna de donde habían salido y saldrían todos los dinosaurios existentes en el universo. No es que fuera una luna muy diferente a las demás, lo que tenía de especial era la Fábrica de Dinosaurios de Julio, sí, amigos y amigas, los dinosaurios, todos los que podáis conocer: carnívoros, herbívoros, grandes, pequeños, con cuernos o alas, todos, los hacía un pequeño extraterrestre llamado Julio, un simpático alienígena más bien de color verde con dos antenitas y verdaderamente ilusionado por hacer dinosaurios. Le encantaba su trabajo.
Julio era un alienígena muy simpático y le gustaba charlar con los dinosaurios antes de que se fueran al planeta al que estaban destinados. El último dinosaurio que estaba creando era Floro y sólo le faltaba la cola para tenerlo listo. Sin embargo, aquel día se presentó un gran problema: se había quedado sin carbonita, y esto era lo fundamental para poder hacer dinosaurios, sin ella, no podría terminar la cola del pobre Floro. Así que los dos estaban muy preocupados:
– Nada Floro, no tengo suficiente carbonita para ponerte una cola, ni siquiera una chiquitita.
– Pero Julio -decía Floro- ¡Qué voy a hacer sin cola! La cola es fundamental para un dinosaurio como yo, sin ella, pierdo el equilibrio y ¡me caigo cada vez que corro un poco!
– Ya lo sé, Floro, pero sin la carbonita… no puedo hacer nada.
– Pues algo tendremos que hacer ¿no?… Ya sé, podemos salir a buscar más ¿cómo es?
– ¿La carbonita? Es amarilla, se encuentra siempre lejos del agua y le tiene que dar bien el sol.
– ¿Y no habrá un planeta donde podamos encontrarla?
– Bueno, sí… hay un sitio, pero… es que…
– ¿Qué? ¿por qué no vamos a ese sitio?
– Es que, Floro, en ese planeta hay un león enorme y si hay una cosa que me provoca terror ¡son los leones! Son grandes, fieros, con dientes… y dan mucho miedo.
– Pero Julio… no podemos quedarnos aquí sin hacer nada, yo no me puedo quedar así, sin cola. ¿Qué voy a hacer? Los demás dinosaurios irán por ahí corriendo y yo cayéndome todo el rato, no podré jugar, ni cazar, ni nada de nada.
– Tienes razón Floro, no puedes quedarte así… Iremos a buscar la carbonita, pero ¡iremos juntos!
– ¡Genial!
Y juntos se fueron a preparar el viaje.
Mientras tanto, en otro lado de la galaxia, en el Planeta Selva, el sol brillaba con fuerza y de una cueva en lo alto de un risco salía Bemba, el gran león naranja, un felino grande y fiero, de enormes dientes y garras afiladas; el rey del Planeta Selva.
– Oooaaaahhh – bostezaba el león. – qué bien, qué bien. Soy un gran rey con grandes ideas y grandes planes, jajaja. Cómo me gusto…
En ese momento llegaba por el sendero que subía a la cueva el Elefante, amigo y ayudante de Bemba, agotado por el sol y la subida.
– Ayyy, Bemba, qué cansado estoy.
– ¿Por qué te quejas tanto Elefante? Tienes el placer de trabajar para mí.
– Sí, ya lo sé, y ya he recogido toda la carbonita que había en este planeta y en todos los planetas de la galaxia. Pero es que tanto viaje me tiene cansado. Y este calor…
– ¡Ssshhh! ¡No hables tan alto! Alguien podría oírte.
– Pero qué pasa, ¿por qué no quieres que nos oigan?
– Te he dicho mil veces que nadie debe enterarse de que tenemos escondida en la cueva toda la carbonita de la galaxia.
– Ah, ya, es verdad. Perooo… ¿para qué querías tanta carbonita?
– Ay, qué animal, de todos los elefantes que hay me he ido a topar con el que tiene peor memoria de todos. La carbonita la queremos para guardarla. Porque ¿con qué se hacen los dinosaurios…?
– Mmmm… no sé, ¿con pan? ¿con arena?
– ¿Quéeee?
– Ah, sí, ya sé, ¡con barro!
– Noooo, ¡con carbonita! Qué elefante más torpe…
– Bueno, bueno, sin insultar, que yo no he hecho más que lo que me has pedido.
– Exacto, sin carbonita ya no habrá más dinosaurios y por fin podré reinar y descansar tranquilamente.
– Pero jefe…¿por qué no queremos dinosaurios?
– ¿Por qué? ¿por quéee me preguntas? Porque los dinosaurios son grandes, y feos, y fieros, y dan mucho miedo…
– ¿Te dan miedo los dinosaurios?
– ¿Qué? ¿A mí? Pfff… qué va. Nonononono. Nada de eso. -Era mentira, a Bemba le daban un miedo horrible los dinosaurios porque pensaba que eran mucho más grandes y fuertes que él y que podrían quitarle su precioso reinado en el Planeta Selva. -Yo soy ¡el Rey! Un animal grande y fuerte que no le teme a nada.
– Aaaahhh. ¡Mira un dinosaurio!
– ¿¡Quéee!? ¡Ay mamá! ¡Qué miedo! Un dinosaurio. ¡Vamos a escondernos!
– Jajajaja… que noooo. Que era una broma. Jajaja.
– Mira Elefante, no se te ocurra volver a gastarme una broma como esa o verás… Está bien, le tengo un poco de respeto a los dinosaurios. Y ya está, hablemos de otra cosa. – ¿Tenemos ya toda la carbonita?
– Sí. Bueno, no. Me he enterado de que hay un hallazgo en un planeta lejano, habría que ir a buscarla pero la nave se estrelló en el útlimo viaje y no tenemos cómo ir.
Mientras los dos discutían la forma de salir del planeta, por aquellos selváticos parajes apareció una visita inesperada: Pablo el astronauta había aterrizado en el Planeta Selva en una misión de reconocimiento con la intención de llevar una muestra de carbonita a la Tierra para analizarla y conocer así el origen de los dinosaurios:
Pfssshhhshh (sonido de interferencias de la radio). Diario de bitácora, aquí el astronauta Pablo, he aterrizado en el Planeta Selva, es lo más parecido a una selva que he visto fuera de la Tierra. Dos animales discuten en lo alto de un risco, voy a acercarme.
Bemba y el Elefante seguían a lo suyo.
– ¿Y si juntamos varios troncos y los ponemos mirando hacia arriba? -decía el Elefante.
– ¡Pero cómo vamos a volar con unos troncos! ¡Zoquete! Necesitaremos algo que nos impulse.
– Yo un día me subí a una palmera, se dobló y al soltarla salieron todos los cocos disparados. Si te subes tú a la palmera…
Pablo el astronauta se acercaba con cuidado por el sendero, tratando de no ser visto.
– Pfsssshhhshh. Diario de bitácora -reportaba el astronauta a través de su radio- los dos animales parecen un león y un elefante. Y están hablando entre ellos. Voy a ver si saben algo de la carbonita.
Los dos animales se quedaron mudos al oír el sonido de la radio, miraron fijamente al astronauta.
– Pssst -llamó Bemba tratando de disimular- no digas nada.
– ¿A quién? ¿a este señor? si parece inofensivo.
– Hola -dijo el astronauta.
– Hola -respondió el elfante.
– Pfsssshhhshh. Diario de bitácora: el elefante me ha saludado, habla mi idioma. El león parece no enterarse de nada. En este planeta los reyes deben ser los elefantes…
– ¿¡Quéee!? -gritó Bemba ofendido- ¡Aquí el rey soy yo! A ver qué te has creído.
El astronauta saludó a los dos animales y les preguntó si habían oído hablar de la carbonita, los dos se hicieron los distraídos, como si no supieran nada. Pablo el astronauta les contó que había venido en un cohete desde la Tierra para reconocer otros planetas y encontrar el origen de los dinosaurios y que por eso quería la carbonita. Entonces les preguntó: -¿Y vosotros? ¿Qué estáis haciendo?- Y antes de que Bemba pudiera taparle la trompa, el Elefante le dijo: -Pues mira, estábamos buscando la forma de salir de este planeta porque nosotros también queremos encontrar carbonita. Bemba miró al elefante con cara de enfado y éste no entendió muy bien por qué pero dejó de hablar.
– El caso es que… -empezó el león.- Tú tienes un cohete ¿verdad?
– Sí, claro. -respondió Pablo.
– Y ¿qué tal? ¿es muy difícil manejarlo?
– Bueno, no mucho, yo hice un cursillo de tres horas. Sólo tienes que tener unos buenos pulgares.
– Ya veo… pues nada majo. Ya nos vemos en otro momento, que tengas buena búsqueda.
Los dos animales tramaron diferentes formas de quedarse con el cohete, tratando de engañar a Pablo para que se fuese a buscar la carbonita lejos de él, se subieron a la nave y trataron de encenderla pero aquello era muy difícil de manejar para las zarpas de Bemba y mucho menos para las grandes patas del Elefante. Después de largo rato de tratar de accionar palancas y pulsar botones sin éxito, el astronauta llegaba ya de regreso a su nave.
Pfsssshhhshh. Diario de bitácora: he recorrido el Planeta Selva sin éxito, la carbonita no se encuentra ya en este lugar.
Entró en la nave sorprendiendo a Bemba y al Elefante que se sobresaltaron mucho:
– ¿Qué hacéis aquí? Pfsssshhhshh. Dos animales se han colado en mi nave.
– Bueno -comenzó Bemba- hemos recordado que la carbonita que estás buscando podría encontrarse en algún lugar, concretamente en una luna y, si quieres, podemos ir juntos a buscarla.
– ¿Juntos? -dijo incauto el Elefante- pero si nosotros lo que queremos es recolectar toda la carbonita y guardarla en tu cueva ¿no?
– ¡Calla! -gritó Bemba.
– ¿Cómo dices? -preguntó Pablo.
– No, nada, nada, jejeee… -disimuló Bemba- es que este Elefante no se entera de nada. Verás, hemos subido a tu nave para esperarte y que podamos ir juntos para allá. Después de todo, se necesita un piloto experto como tú…
Después de un rato de charla en la que Pablo les contó algunas de sus hazañas como viajero espacial, arrancaron la nave y despegaron. Pero, claro, un astronauta, un león y un elefante en una nave espacial no pueden estarse quietecitos y en un muévete tú que no quepo, espera que me pongo allí, ay qué es este botón que he pulsado… los tres viajeros perdieron el control de la nave y se estrellaron en Saturno.
Mientras tanto Julio y Floro habían parado a repostar casualmente también en ese mismo planeta.
– Floro, ay, Floro, qué vamos a hacer, después de todo este viaje sólo hemos podido recuperar este pequeño trozo de carbonita que no daría ni para hacerte una cola pequeñita.
– Venga Julio, no te desanimes, en algún sitio de la galaxia tiene que quedar algo de carbonita.
– ¡Qué va! Ese terrible león (se me ponen los pelos de punta sólo de pensar en él) ha estado sacando toda la carbonita de cada rincón y… creo que estamos perdidos.
– Julio, yo estoy tan triste como tú pero no podemos perder la esperanza. Algo se podrá hacer.
Y mientras iban entretenidos con esta triste charla se encontraron frente a frente, de sopetón, con Bemba… ¡vaya jaleo! Todos echaron a correr, Bemba perseguía a Julio porque sospechaba que él sabría dónde encontrar la carbonita, a Julio le daba miedo el león, al león le daba miedo el dinosaurio y al pobre Floro le daba miedo quedarse sin su cola, así que corría detrás de Julio pero como se caía cada dos por tres, Julio tenía que parar a ayudarle y entonces volvían a encontrarse los tres y ¡otra vez! Así anduvieron corriendo por Saturno durante largo rato hasta que finalmente, cansados los tres, tuvieron que parar a descansar.
Entonces Julio recordó algo que le habían dicho una vez:
“Si tienes miedo en alguna ocasión
espanta tus temores con una canción”
¡Claro que sí! Una buena canción le ayudaría a plantarse delante de Bemba a quien, a estas alturas, ya había reconocido y sabía que era quien había estado robando toda la carbonita de la galaxia. Así que empezó a tararear, primero muy bajito y después, poco a poco, se fue creciendo hasta que coreó a voz en grito con la luna y las estrellas:
“No tengas miedo,
cuando vayas por ahí
y te sientas solo
si hay un amigo junto a ti.
No tengas miedo
¡No tengas miedo!
¡¡¡No tengas miedooooo!!!”
Y después de aquello se sintió mucho mejor, tan bien como para coger a Floro, mirarle fijamente a los ojos y saber inmediatamente cuál iba a ser la solución a sus problemas:
– Floro amigo, la solución es bien fácil, la hemos tenido ahí delante todo el tiempo. A Bemba le dan un miedo terrible los dinosaurios como tú… Este pequeño trozo de carbonita no es suficiente para una majestuosa cola para ti pero sí que servirá para que haga decenas de pequeños ‘dinosauritos’ con los que podremos rodear y doblegar a ese león.
– Julio, ¡sabía que se te ocurriría algo!
El extraterrestre se puso inmediatamente manos a la obra y, en un periquete, consiguió crear un montón de pequeños dinosaurios alegres y saltarines que les ayudarían en su plan. Se escondieron todos juntos detrás de una roca y esperaron a que Bemba regresara. Al verle a lo lejos, Julio, juntando todas sus fuerzas, se puso a la vista y fingió no haberle visto:
– Vaya, hemos encontrado un verdadero montón de carbonita aquí… Espero que no venga ese león a llevársela… no sé qué podría hacer contra él si eso ocurriera…
Bemba vio a Julio y echó a correr, cuando estaba a punto de alcanzarle, todos los dinosaurios, incluido Floro, saltaron sobre él y le rodearon para que no pudiera escapar. Acorralado, el león se rindió y todos juntos celebraron el triunfo.
Una vez calmados los ánimos, Bemba les contó dónde tenía guardada toda la carbonita y Julio le explicó que la galaxia necesitaba también sus dinosaurios, cada planeta tenía una serie de animales y que cada uno tenía su función en su momento, así como en Planeta Selva ya no quedaba ningún dinosaurio, si no hubiera sido por ellos no hubiera llegado a ser nunca el planeta selvático del que él tanto disfruta. Y también que si ya no había dinosaurios allí tampoco volvería a haberlos así que no tenía de qué preocuparse.
Por fin, Julio consiguió la cantidad suficiente de carbonita para terminar la cola de Floro que se despidió del extraterrestre con un gran abrazo y prometió volver a visitarle todas las semanas. Julio le dijo que él también se tomaría algún descanso para ir a verle y así podrían seguir siendo amigos. Bemba y el Elefante volvieron a Planeta Selva y vivieron allí muy contentos sin preocuparse por los dinosaurios nunca más y todavía el león cuenta de vez en cuando esta historia cunado al Elefante se le olvida. La fábrica de dinosaurios siguió adelante en la luna y todavía hoy hace dinosaurios para cualquier planeta que los necesite y Julio vive feliz en su luna aunque ahora, viaja mucho más y no le tiene miedo a nada.
Y colorín colorado…
…este Cuento Irrepetible se ha acabado.
Teatros Luchana, 8 de septiembre de 2018