Érase una vez hace muchos años, pero que muchos muchos años, en una playa soleada se encuentra un joven, el joven Santa, un muchacho generoso y sonriente aunque un tanto despistado al que le gusta jugar y divertirse en la playa, corriendo con las olas, haciendo castillos de arena, recogiendo caracolas. La vida es fácil y placentera en las playas del reino Isla, sobre todo para un joven como Santa, que encuentra la alegría en cada granito de arena.
Pero no todo es tan divertido para los habitantes del Reino Isla como cree Santa, porque el Rey Paquito, gobierna con mano dura y no deja que nadie pierda ni un solo segundo que no sea para trabajar, sus guardias están día y noche alerta para vigilar que todos están afanados en sus trabajos y no pierden el tiempo charlando, riendo y mucho menos jugando, a tanto llega la obsesión del Rey Paquito que ha prohibido jugar en todo el reino ¡JUGAR! ¿En qué está pensando este Rey? ¿que van a hacer los niños y niñas del reino?
Volvamos a la playa donde el joven Santa había vuelto a olvidarse de la prohibición de jugar y corría con las olas del mar persiguiendo la espuma y tratando de que no le mojen los pies cuando vuelven. No tardó mucho en llegar uno de los guardias reales a regañarle por incumplir las leyes del reino: -Joven, ¿no sabe usted que no se puede jugar en Reino Isla? -Ah, claro, es verdad, je je je. Me he vuelto a despistar. Perdona. -Ni perdona ni perdono queda usted avisado, si vuelvo a verle jugar… ¡irá usted al calabozo!
No había pasado ni un momento cuando el joven Santa, sentado en la arena de la playa encontró a un cangrejo ermitaño y empezó a seguirlo y a inventarse una historia y a construirle un castillo de arena y en menos de lo que tarda una ola en seguir a otra ya estaba otra vez jugando, así, sin darse cuenta. Menos todavía tardaron los guardias reales en aparecer y llevárselo al calabozo.
Mientras tanto, en el salón real está el Rey Paquito, enfadado y gruñendo como siempre, enviando a todos y cada uno de sus guardias, súbditos y empleados a trabajar con una u otra excusa… -¡Nadie puede parar de trabajar! Pero el Rey Paquito no había sido siempre así, hubo un tiempo lejano, cuando era niño, en que Paquito era feliz, risueño y divertido y le encantaba jugar. Hasta un día en que el pequeño Paquito quiso para sus juegos un coche teledirigido pero su padre el entonces Rey y la Reina estaban siempre muy ocupados viajando, trabajando o haciendo otras cosas y no tenían tiempo para escuchar a Paquito, así que nadie le regaló nunca a Paquito aquel coche teledirigido y cada cumpleaños Paquito se enfadaba un poco más. Pasados algunos años decidió que no iba a esperar más y que lo conseguiría por sí mismo, trabajaría para ganar el dinero con el que llegaría a tener por fin el coche; pero pasó el tiempo y tan ocupado estaba Paquito en trabajar y trabajar que se olvidó de por qué trabajaba y sólo por dentro con la sensación de estar enfadado por algo y con un pensamiento: “hay que trabajar” aunque ya no recordaba por qué.
Si miramos unos pisos más abajo, en el calabozo estaba el joven Santa, sentado en el frío suelo, aburrido allí dentro hasta que se encontró con un ratón, el ratón Cuchi, un ratón bastante más inteligente que los demás ratones. Y después de hablar un rato a Cuchi se le ocurre que si él cabe por debajo de la puerta excavando un poco por debajo podrían salir los dos del calabozo. Pero no están solos en ese calabozo, la mayoría de los niños y niñas del reino habían sido apresados desde que el rey prohibió jugar y Santa no podía dejarles allí pero claro, si salían todos de golpe los guardias se darían cuenta; necesitaban un buen plan de huida. El ratón Cuchi se fue a investigar por los salones del reino para ver si oía o veía algo que les ayudase en su huida.
El ratón Cuchi volvió a buscar al joven Santa y juntos fueron a buscar la forma de liberar a todos, por el camino le contó que tenían que conseguir un coche teledirigido porque, según se decía en el reino, es lo que el Rey Paquito siempre había deseado de pequeño y que por eso iban juntos a buscar al Mago Ingeniero que tiene todos los cachibaches y artefactos habidos y por haber. -Pero Cuchi, ¿cómo vamos a regalarle algo al Rey Paquito y dejar a todos los niños y niñas del reino sin recibir nada? -Dijo el joven Santa. Y entonces Cuchi tuvo una idea: -Tienes razón Santa, ve tú a hablar con el Mago Ingeniero que yo voy a preguntarle a los demás qué quieren y se lo regalaremos también. -Espera Cuchi, si lo haces así no acabaríamos nunca ¿por qué no les dices que lo escriban en una carta y nos lo manden? Así tendremos todos los regalos por escrito mientras vamos preparando todo.
¡Qué gran idea habían tenido!
Al llegar al taller del Mago Ingeniero, Santa le contó el plan, que tenían que conseguir un coche teledirigido y todos los regalos que los niños y niñas del pueblo ya les estaban mandando. El Mago Ingeniero le dijo que no había problema aunque iba a necesitar ayuda, enseguida se marchaba a su almacén situado en el Polo Norte (porque es allí donde está la magia acumulada) para hablar con sus compañeros para preparar todos los regalos necesarios. Todo estaría listo en unos días pero el coche teledirigido tendrían que construirlo ellos allí mientras tanto, para eso les dejaba su taller y sus herramientas.
Santa estaba un poco preocupado porque no había visto nunca un coche teledirigido, además tenía que conseguir regalos para todos, liberar a los niños y… ufff. Cuántas cosas. Justo en ese momento llegaba Cuchi y al verle tan preocupado le enseñó un truco que tienen los ratones para alegrarse cuando las preocupaciones les rondan: -La risa de ratón, nos alegra un montón. Ríete como los ratones: ¡Ho Ho Ho! Y cuando el joven Santa comenzó a reírse de esta manera rápidamente empezó a sonreír y las preocupaciones le parecieron menos y por fin, pudo ponerse manos a la obra. Buscaron a todos los niños y niñas que no habían sido capturados en el reino para ayudarles y todos juntos con las ideas de unos y otros construyeron el mejor coche teledirigido que se haya visto nunca.
Sólo quedaba llevarle el regalo al Rey Paquito pero si alguien en la corte le veía aparecer por ahí sabrían de inmediato que se había fugado y no podría llegar hasta el Rey. Así que se disfrazó de guardia para pasar desapercibido y así abrirse camino hasta los aposentos de Paquito que se encontraba asomado a la ventana como le ocurría a veces tratando de recordar por qué trabajaba tanto… Cuando el joven Santa entró en la habitación empezaron a hablar, trataba de hacerle recordar aquello que tanto había querido de pequeño y justo cuando sacaba el coche de la bolsa uno de los guardias irrumpía en la estancia y descubría el disfraz de Santa -No le escuche, mi Rey -decía el guardia- es un impostor que ha escapado del calabozo. El Rey estaba confuso, miraba a Santa, al coche, al guardia, a la ventana, al ratón… no comprendía nada pero de pronto se sentía muy agobiado y no sabía qué hacer. En ese momento Santa recordó la risa de los ratones que Cuchi le había enseñado y comenzó a reír sonoramente: -¡Ho ho ho! y Cuchi comenzó a seguirle: -¡¡Ho ho ho!! y todos los niños y niñas que les habían ayudado también se unieron -¡¡¡HO HO HO!!! Y el Rey Paquito se contagió de aquella risa y empezó a sonreír por primera vez en mucho tiempo y todas sus preocupaciones desaparecieron y recordó de golpe aquel coche teledirigido por el que tanto había trabajado y que ahora estaba delante de sus ojos. En ese momento mandó el Rey al guardia a toda prisa a liberar a todos los niños y niñas y a avisar en todo el reino que desde ese momento todos podían jugar, reír, cantar, bailar y ser felices.
El joven Santa había cumplido con su palabra, los niños y niñas eran libres por fin y todos podrían jugar de nuevo. Mientras se marchaban a sus casas los niños reían y gritaban de alegría porque sabían además que al día siguiente el joven Santa les tendría preparado un regalo. Llegaba en ese momento el Mago Ingeniero trayendo todos los regalos que les habían escrito en una gran bolsa pero ¿cómo iban a hacer ahora para repartir todos los regalos en una sola noche? El Rey, que había escuchado a Santa hablar con el Mago, les dio su mejor trineo: -Con esto podréis deslizaros por tierra, mar y aire a toda velocidad. Y llevaos mis renos para que tiren de él, cuidadlos bien porque alguno está resfriado y se le ha puesto la nariz completamente roja. Y muchas gracias por todo!
Así el joven Santa salió volando con todos los regalos en aquél trineo tirado por renos y pudo repartir todos y cada uno de los regalos que los niños del reino le habían escrito y enviado por carta. Y esto lo repitieron cada año para recordar el día en el que todos volvieron a ser felices y pudieron volver a jugar y sonreír. Y con los años el joven Santa dejó de ser joven, le creció una gran barba blanca y se convirtió simplemente en Santa (de apellido Claus), también conocido como San Nicolás, Papá Noel… y cada año, la noche del 24 de Diciembre repartía regalos por todas las casas para que por la mañana todos los niños y niñas pudieran jugar y sonrieran al escuchar aquel: ¡Ho ho ho!
Y colorín colorado…
…este Cuento Irrepetible se ha acabado.
Teatros Luchana – 27 Diciembre 2017