Sonjuan y la araña en verano en busca de la Caja Mágica

“Érase una vez una playa lejana, una de esas con la arena fina y el agua clara, de esas en las que puedes ver los peces nadar y tumbarte a la sombra de una palmera con la suave brisa del mar… En esa playa se encontraba Sonjuan, un chico que iba todos los días a bañarse con las primeras olas de la mañana, luego se sentaba a secarse al sol y miraba a los pájaros volar hasta que el sol estaba lo suficientemente alto como para no aguantar el calor. Aquella mañana, Sonjuan no estaba solo en la playa apareció un hombrecillo mayor, más bien pequeño, bueno en realidad tan bajito que podríamos decir que era un enanito, como los del cuento de Blancanieves. Aquel enanito quería tomar el sol y parecía que la presencia de Sonjuan en la playa le molestaba porque acababan de verse y ya estaba llamándole la atención -¡Que me quitas el sol! ¡Aparta de ahí! ¡Me estás tapando la vista!- Después de un rato por fin nuestro amigo encontró un sitio donde no molestaba al enanito y éste se sintió cómodo para empezar a contarle una historia de cuando era joven: -Una cosa que recuerdo con mucho cariño de cuando era joven –empezó a contarle el enanito- es que tenía una caja, aunque ya no recuerdo lo que contenía… ¿qué habría dentro de aquella caja? No… no me acuerdo. Bueno, es igual, el caso es que le tenía mucho cariño a esa caja. ¿Sabes chaval? Me gustaría volver a ver esa caja… Creo que la dejé… Sí, la caja está en aquella casa ¿la ves? –señalando en el horizonte- En lo alto de aquella montaña. Chico, si me traes la caja te daré lo que haya dentro, sea lo que sea.

Sonjuan miraba boquiabierto hacia la casa imaginándose lo que podría haber en la caja: chucherías, juguetes, ¡tesoros! Sería genial descubrir lo que habría dentro. Sonjuan aceptó sin pensarlo dos veces. Entonces el enanito continuó: -Muy bien, chico, debes saber que la casa está llena de fantasmas, no te vayas a asustar, jajaja. Y se marchaba riendo cuando se volvió para decirle: -Nos vemos aquí mismo cuando vuelvas con la caja… Y cuidado con esos fantasmas, jajaja. Sonjuan estaba paralizado, el enanito se marchó antes de que él pudiera balbucear: -¿fan… tas… mas? Ayyyy, qué miedo. Y es que Sonjuan era un chico muy miedoso, tenía miedo de las alturas, de los cocodrilos, de los truenos, de la oscuridad y, por supuesto, de los fantasmas. Por suerte, Sonjuan tenía una habilidad muy especial, y es que era capaz de hablar con los animales, por eso cuando se sentaba a observar a los pájaros por las mañanas, en realidad lo que hacía era escuchar sus conversaciones, ellos venían de aquí y de allá comentando todo lo que habían visto y así se enteraba de todo, era como ver las noticias pero mucho más divertido.

Sonjuan le daba vueltas a cómo iba a hacer para entrar en aquella casa repleta de fantasmas, tenía muchas ganas de descubrir lo que había dentro de la caja pero los fantasmas le daban taaanto miedo… En ese momento apareció su amigo Moncho en la playa: -¡Sonjuaaaan!¡Qué pasa tío!¿Cómo estás? –le dijo chocándole la mano- ¡mira lo que tengo!¡una araña! –Dijo Moncho sacando del bolsillo una araña a lo que Sonjuan reaccionó con un grito de terror: -¡Aaaahhhh! ¡Es una araña! Llévatela, llévatela. –Moncho se reía a carcajadas viendo a Sonjuan y le dijo: – Tranquilo, hombre, que está amaestrada. Esta arañita no te va a hacer nada. Es más –reflexionó- esta araña te va a dar “valor”. Y, bueno, te iba a pedir que me la cuides unos días porque me tengo que ir a hacer un viajecillo y no puedo llevármela. –Sonjuan miraba la araña con desconfianza, preguntándose si aquel bichillo de verdad iba a darle valor y, sobre todo, si de verdad estaba amaestrada o era otra broma de Moncho, al que le gustaba mucho gastar bromas pesadas. –Está bien –dijo nuestro amigo- te la cuidaré unos días, pero no más de tres ¿vale? –Sin decir más Moncho puso la araña en la mano de Sonjuan y se marchó saludando con la mano y haciendo un chasquido con la boca.

Allí se quedó Sonjuan mirando la araña en su mano, tratando de decidir si le daba miedo o valor. Decidió que sería mejor quedarse con el valor y confiar en su amigo porque así tendría algo que le ayudaría en su búsqueda de la caja en la casa encantada de lo alto de la montaña. Y así emprendió el camino hacia la casa guardándose la araña en el bolsillo, según caminaba le pareció oír la risa de Moncho en el viento pero pensó que serían imaginaciones suyas.

En su camino a la casa se encontró con dos cerdos llamados Pepa y Pig que venían de una granja cercana y venían hablando de sus cosas. Al ver a Sonjuan se saludaron amablemente ya que él puede hablar con los animales y nuestro amigo aprovechó para preguntarles por el mejor camino para ir a la casa: -Ah sí –dijo Pepa.- Sí, sí. – respondió Pig. –Claro –dijeron ambos- el mejor camino para ir a la casa encantada de la montaña es atravesando nuestra granja. –Está bien, eso haré –dijo Sonjuan. –Pero, espera –dijo Pepa. –Sí, espera. – dijo Pig. –No es tan fácil atravesar la granja –dijeron ambos. –Sí –continuó Pig- Tienes que tener cuidado con el cocodrilo del río. –Sí –apuntaba Pepa- y también con el granjero, que tiene muy malas pulgas. –los dos asentían con la cabeza mirando a Sonjuan y éste les miraba un poco atónito, parecía que atravesar la granja no iba a ser cosa fácil. –Y ¿qué puedo hacer? –les preguntó. Los cerdos se miraron entre sí y respondieron al unísono: -Tendrás que convencerlos para que te dejen pasar, es lo único que puedes hacer. Bueno, majo, nos marchamos que tenemos mucho camino por delante. Hasta pronto. –Y así se despidieron los dos cerdos.

Sonjuan pensaba en lo que le habían dicho los dos cerdos y cayó en la cuenta de que antes de llegar a la granja tendría que cruzar el río y hablar con ¡un cocodrilo! Con el miedo que le daban… Iba caminando y recordaba la enorme boca de los cocodrilos, sus dientes afilados y esos ojos amarillos que tanto tanto miedo le daban y sin darse cuenta estaba a la orilla del río. Rápido como un rayo el cocodrilo se puso delante de él mirándole fijamente… Sonjuan empezó a temblar, estuvo a punto de echar a correr cuando recordó la araña que le había dado Moncho, metió la mano en el bolsillo, y como por arte de magia al tocarla se sintió más tranquilo, más seguro y por fin se decidió y empezó a hablar: -Hola, señor cocodrilo, no quisiera molestarle, sólo pretendo llegar hasta la casa de la montaña, la casa encantada. –El cocodrilo le respondió sorprendido: -Vaya, chico, ¿a la casa encantada? Debes ser muy valiente si te diriges a ese lugar lleno de fantasmas, a mi me dan escalofríos sólo de pensarlo. –Entonces, ¿me dejarás pasar? –Preguntó Sonjuan –Me temo que no va a ser posible, hace bien poco han pasado dos suculentos cerditos y me han despertado el hambre… -Sonjuan pensó que debía hacer algo para librarse de él así que pensó en ofrecerle alguna otra cosa: -Y… ¿no preferirías alguna otra cosa?¿chuches?¿una lechuguita?¿pepinillos? -¡Pepinillos! –respondió el cocodrilo- hace siglos que no como pepinillos y recuerdo que me hacían muchas cosquillitas al comerlos. –Así que Sonjuan se fue a buscar unos cuantos pepinillos para el cocodrilo que se los comió enseguida riéndose por las cosquillas que le hacían en la garganta. Se divirtió tanto comiendo pepinillos que se le olvidó el hambre y las ganas de comerse a nuestro amigo, entonces el cocodrilo decidió que le ayudaría y así le contó que al granjero le encantaban las canciones y que si quería convencerle para pasar lo mejor que podía hacer era cantarle una canción.

Así Sonjuan se marchó despidiéndose del cocodrilo que todavía sonreía por efecto de los pepinillos y por el camino fue preparando una canción que podría cantar con todos los animales de la granja, cada uno tendría un sonido.

Cerró la puertecilla de madera que cercaba la granja al pasar y enseguida escuchó unos pasos a su espalda, el granjero se había plantado delante de él y le miraba enfadado: -¿Quién es el valiente que se atreve a colarse en mi granja sin permiso? –Soy… soy… -se metió la mano en el bolsillo y se armó de valor gracias a la araña de Moncho- soy Sonjuan, y tengo que cruzar su granja para llegar a la casa de la montaña.- El granjero se quedó perplejo pero, más aún cuando empezó a cantar y todos los animales de la granja comenzaron a corearle cada uno con un sonido, entre todos hacían una estupenda canción. El hombre no pudo evitar comenzar a sonreír y, por fin, se arrancó a cantar con todos ellos. Estaba tan contento que dejó pasar a Sonjuan con un consejo: -Si quieres poder abrir la puerta de la casa encantada, deberás recordar una palabra mágica: “lechugino”. Le una palmadita en la espalda a modo de despedida y se marchó tarareando la cancioncilla y meneando el esqueleto a ritmo.

Por fin Sonjuan se encontraba en el tramo final de su viaje, había llegado hasta la casa encantada, llena de fantasmas, ahora más que nunca necesitaba el valor de la araña. Se asomó a las ventanas por si conseguía ver algo de lo que le esperaría al entrar pero estaba todo tan oscuro… Respiró hondo, metió la mano en su bolsillo y se plantó delante de la puerta diciendo con voz alta y clara: -Lechugino. La puerta se abrió lenta y ruidosamente, dejando paso a un salón oscuro y extremadamente silencioso. Sonjuan comenzó a entrar, cada paso que daba crujía la madera bajo sus pies y el sonido parecía retumbar en toda la casa. De pronto la puerta se cerró de un portazo y dos fantasmas entraron volando a través de las paredes, Sonjuan pensaba que se moriría del susto, los fantasmas venían cantando la canción de los fantasmas y se presentaron ante él con voz profunda: -Hola, yo soy Asma. –dijo uno- Y yo Fanta –dijo el otro. –Nuestro amigo se armó de valor gracias a su araña y les dijo: -Pues yo soy Sonjuan y no me voy a asustar de vosotros, he venido a buscar una vieja caja para un amigo que se dejó aquí hace mucho tiempo. –Pero los fantasmas no estaban por la labor y comenzaron a dar vueltas entorno a él riéndose a carcajadas: -Nunca te daremos esa caja, ja, ja, ja…- Sonjuan no había hecho todo ese camino para nada y necesitaba una forma de deshacerse de los fantasmas, pensó que quizá si los fantasmas eran tan aterradores para librarse de ellos necesitaría algo opuesto pero ¿qué es lo opuesto a un fantasma? Pensó que cuando él tenía miedo se acordaba de cosas que le hacían sentir bien como su mamá cuando le daba un beso de buenas noches, así que decidió que les lanzaría besos a los fantasmas y así hizo, se puso de pie, enfrentó  los fantasmas y empezó a lanzar besos por todas partes, los fantasmas estaban desconcertados, no les gustaban nada los besos pero no sabían cómo librarse de él así que le lanzaron la caja y salieron huyendo hacia el piso de arriba.

¡Había conseguido la caja! ¡Por fin! La tenía en sus manos, intentó abrirla pero no sabía como hacerlo así que bajó corriendo hasta la playa saludando por el camino al granjero, al cocodrilo y a los cerdos. Corrió por la arena buscando al enanito hasta que llegó al punto donde le había dejado la mañana anterior y allí estaba, sentado en su hamaca, tomando el sol. Sonjuan llegaba casi sin aliento, señalando la caja y haciendo aspavientos. –Bueno, bueno, bueno –dijo el enanito- así que has conseguido la caja, acércamela chico… -Y así, como si nada, abrió la caja y se la entregó diciendo –Aquí tienes chico, como te prometí. Sonjuan cogió la caja ansioso, miró en su interior y… ¡No había nada! –Pero, pero… ¡si está vacía! –se quejó Sonjuan- no tiene nada dentro. Todo este viaje, el cocodrilo, el granjero, ¡los fantasmas! Para nada ¡nada!- Se sintió engañado y decepcionado. Dio media vuelta y empezó a caminar rumbo a casa, el enanito trataba de explicarle –Chico, espera, ¡chico!- En ese momento apareció Moncho con una sonrisa socarrona: -¿Cómo estás Sonjuan? ¿Has sido valiente? –Sonjuan sacó la araña y se la puso en la mano –Ah, sí, muchas gracias Moncho, si no hubiera sido por ti… -Pues, ¿sabes una cosa? –le interrumpió Moncho- ¡era broma! La araña no tiene ningún poder, era una araña normal que me encontré en el desván, me lo inventé todo. ¡jajajajaja! -¿Qué? –dijo Sonjuan perplejo- ¿¡Queeee!? –Y se iba poniendo rojo de furia. –¡Me has engañado! Eres el peor amigo que he tenido nunca, yo… yo…- En ese momento llegaba el enanito que había corrido cuanto había podido: -Chico, espera. –Y tú qué quieres ahora, ¿no os habéis cansado de reíros de mi? –No, chico, no lo entiendes. Es el valor. ¡El Valor! -¿De qué estás hablando viejo? –respondió Sonjuan que ya no entendía nada. –Lo que hay en la caja, chico. No es lo que yo guarde en la caja sino lo que tú encuentres, eso es lo importante, esa es la magia de la caja. –No sé si lo entiendo… ¿quieres decir que…? –Claro, lo que has encontrado, el auténtico regalo de la caja no es algo material, es el valor, la confianza que has tenido en que podías hacerlo porque querías recuperar la caja, ahora sabes que tienes ese valor y que no es por culpa de una araña ni de una caja, es algo que llevas dentro.- Moncho miraba perplejo la escena. Sonjuan trataba de entender todo lo que le había ocurrido en las últimas horas… Por fin, aceptó que en realidad, había vivido una gran aventura y que todo ese valor era algo que ya nunca le abandonaría, había encontrado un verdadero tesoro y estaba dentro de él. Ahora, le explicó el enanito, era su turno de guardar la caja hasta que alguien la necesitara, hasta que una persona llegara hasta él buscando algo realmente importante.

Y así Sonjuan confió en su valor a partir de aquel día y guardó la caja a la espera de que alguien la necesitara, hasta que un día después de muchos años, cuando Sonjuan ya era un viejecillo, apareció un chico… pero eso es otra historia.

Y colorín colorado… Este Cuento Irrepetible se ha acabado.”

3 de Junio de 2016

CPEE Sor Juana Inés de la Cruz (Fuenlabrada)

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