La historia de Irene y el Dinosaurio: La niña que perdió su voz

La historia de Irene y el Dinosaurio:

La niña que perdió su voz

 

Érase una vez en un castillo que igual podía estar en París que en Leganés, en ese castillo se encontraba una chica, bueno una mujer, una señora de 95 años llamada Irene, ella había sido en otros tiempos primera bailarina del ballet real, siempre le había gustado bailar y pintar, y ahora se dedicaba a asistir a las fiestas del castillo y a pintar.

 

Un día estaba pintando en su cuarto un maravilloso mural con un amanecer y unos pájaros que surcaban el cielo cuando apareció el Rey. Quería hacerle un encargo muy especial para la celebración del cumpleaños de su esposa que sería dentro de poco tiempo:

  • Irene, has sido amiga de la casa real desde hace muchos muchos años y ahora, ahora me gustaría invitarte a la fiesta de la reina. Pero querría pedirte un favor real, recuerdo que de pequeña cantabas día y noche y me gustaría darle una sorpresa a mi reina con todas aquellas cosas que ella recuerda de su juventud. Así que, Irene, quiero que cantes en la fiesta.
  • ¿Que canteee?¿yoooo? -Respondió Irene asustada. Y justo cuando iba a darle una excusa al Rey para no cantar un mensajero trajo un mensaje urgente para él y tuvo que ausentarse.- Pero cómo voy a cantar yo, yo ya no canto, juré que nunca más cantaría… – Y se echó a llorar.

 

Y es que Irene, cuando era una niña, con tan sólo cuatro añitos, ya iba bailando y cantando por todos los pasillos del castillo; aunque bailaba como los ángeles, ella no cantaba muy bien pero le encantaba hacerlo. Y así creció feliz y sin parar de bailar y cantar a todas horas su canción favorita sobre unos pajaritos a los que daba los buenos días, ay, qué feliz era.

 

Así se pasaba el tiempo hasta que el día antes de su decimoprimer cumpleaños, aquel día Irene se estaba preparando para incorporarse al ballet real porque ya iba a cumplir once y era el momento de su debút. Irene iba, como siempre, cantando y bailando y cuando la Reina, aún bastante joven pero ya coronada, se encontró con ella y le oyó cantar… ¡se horrorizó! (La verdad es que la pobre Irene no cantaba nada bien):

  • Pero, ¿qué estás haciendo niña?
  • ¿Yo? Estoy cantando. -dijo con una gran sonrisa.
  • ¿Cómo que cantando? Irene, eso ni es cantar ni es nada. No vuelvas a cantar jamás.
  • ¡Pero si a mi me encanta cantar! -protestó.
  • No vuelvas a cantar o no entrarás en el ballet real ni mañana ni nunca. -Y la joven reina se marchó orgullosamente.

 

La pobre Irene se quedó muy triste, cómo iba a dejar de cantar si le encantaba y le hacía muy feliz. Al verla tan triste, sus amigos y amigas le dijeron si quería seguir cantando tendría que ir a ver al dinosaurio, que él podía enseñarle (porque todo el mundo sabía que los dinosaurios eran grandes cantores, lo que pasa es que eso no lo ponen en los libros). Así que Irene recuperó el ánimo y se fue corriendo a la cueva a buscar al dinosaurio, menos mal que en aquél reino sólo había una cueva, no tenía tiempo que perder.

 

En la cueva, el dinosaurio dormitaba tranquilamente al mediodía, con el solecito y después de haber comido, se preparaba para una siestecilla. Sin embargo, en la cueva no estaba solo, el Pirata Bucanero, uno de esos marineros terriblemente peligrosos con una larga barba negra y un parche en un ojo, había encontrado el hogar del dinosaurio y había venido a vengarse, ya que hacía algunos años había perdido su ojo por culpa del dinosaurio. Y venía a cumplir con el refrán: ‘ojo por ojo y diente por diente’…

 

La realidad era que no había un dinosaurio más tranquilo y bonachón en este u otros reinos, y todo aquello del ojo había sido un accidente, por aquella época tenía mucha gente esperando para aprender a cantar, entre ellos el Pirata Bucanero que no quería perderse ni una sola de las canciones de su barco y mientras enseñaba a unos, los otros esperaban en la cueva. Aquel día, la casualidad quiso que el ancianito al que estaba aleccionando tenía una dentadura postiza y en un Do contraalto se le salió volando y la dentadura fue a caer justo en el ojo del pirata. Vamos que fue todo un accidente, pero el pirata se enfadó tanto que se fue sin escuchar explicaciones y juró vengarse algún día.

 

El día había llegado, y había llegado también Irene, con sus casi once añitos a la puerta de la cueva. Donde se encontró con Bucanero:

  • ¿Dónde vas tú niñita?
  • Hola, soy Irene, y voy a ver al dinosaurio para que me enseñe a cantar.
  • ¿Ah sí? ¡Pues ten mucho ojo! -y empezó a reír a carcajadas, luego se acordó de su ojo y se enfadó de nuevo.
  • Ah, bueno… pues vale. Yo… voy a entrar a lo de cantar. Hasta luego.
  • Espera niña -le frenó el pirata- esta cueva es profunda y si no la conoces, podrías perderte, sigue estas indicaciones. -y le entregó un planito que dibujó en el momento con indicaciones para llegar hasta el dinosaurio.

Irene agradeció al pirata el planito y se metió en la cueva. El pirata observaba cómo se metía siguiendo las indicaciones de un camino realmente largo que le daría el tiempo suficiente para cobrarse su venganza antes de que la niña pudiera encontrar al dinosaurio.

 

El dinosaurio estaba ya espabilando de su siestecilla y sentía algo de hambre, pensó que podría acercarse al castillo a pedir algo de merendar, y según se estaba preparando apareció el Pirata Bucanero:

  • Hola.
  • Hola… ¿nos conocemos? -respondió el dinosaurio.
  • Claro que nos conocemos.
  • Ah, bien, si has venido a cantar justo iba a salir a comer algo, pero volveré pronto.
  • No, qué va, yo ya dejé atrás lo de cantar, la que quiere cantar es la otra niña.
  • Ah, ¿una niña quiere aprender a cantar? Muy bien, y tú, ¿qué quieres?
  • Yo quiero… yo he venido a traerte esto. -Y diciendo esto le alcanzó un cofrecito al dinosaurio. Mientras éste lo abría, el pirata le iba contando: -Hace años vine a tu cueva y perdí un ojo y llevo viendo la mitad del mundo desde entonces. En ese cofre hay unos polvos mágicos que estás respirando ahora y que te harán invisible desde ahora y para siempre para todos menos para mí. Así me cobraré mi venganza, yo he pasado sin ver media vida y ahora nadie te verá a tí, jajaja, ¡ojo por ojo!
  • Pero bueno -decía el dinosaurio asustado- ¿qué quieres decir? ¿qué clase de engaño es este?

En ese momento aparecía Irene que, efectivamente, no podía ver al dinosaurio:

  • Hola pirata, ¿cómo has llegado tú tan rápido?
  • [hey, niña, hey ¡hola!] -gritaba el dinosaurio, pero ella ni le veía ni le oía.

El pirata engañaba a la niña diciéndole que el dinosaurio parecía haberse ido para siempre mientras éste brincaba y gritaba desesperadamente tratando de hacer que le viera… pero nada.

 

Irene se quedó muy triste, realmente triste, y bajo la luz del atardecer fue caminando hasta un claro del bosque y allí se quedó sentada, sollozando. Sin el dinosaurio ya no podría volver a cantar; y si cantaba, no podría ser bailarina real… qué fastidio. Entonces pasó un hada volando por allí y era tan triste verla allí sola, sentada, sollozando, que se acercó a ver si podía ayudarle:

  • Hola, soy el hada Margarita. Una de las hadas mágicas de esta parte del bosque.
  • Hola… sniff… yo soy… sniff… Irene. Mañana cumplo once años y seré bailarina real.
  • Qué complicados sois los humanos -dijo para sí misma. -Y entonces ¿por qué estás llorando?
  • Porque canto fatal y la reina me ha prohibido cantar so pena de echarme del ballet.
  • Ahora ya voy entendiendo todo… ¿Por qué no vas a ver al dinosaurio y que él te enseñe?

Irene le contó que había ido a la cueva y que el dinosaurio había desaparecido y que menos mal que había encontrado al pirata porque si no no habría seguido dando vueltas por la cueva. Entonces el hada cayó en la cuenta que el pirata tenía que ser Bucanero y que si estaba allí era para vengarse así que algún conjuro mágico le habría echado al pobre dinosaurio. Y recordó que había un libro mágico escondido en el lago más allá de la colina donde encontraría un hechizo con el que recuperar al pobre. Entonces, el hada Margarita le dijo que iría a buscar a todas las hadas y hados del bosque para que se encontraran juntos en el lago, que se disfrazarían de niños y niñas porque eso era lo que más temían los piratas y así le ayudarían a librarse del pirata.

 

Nuestra protagonista estaba una vez más armada de coraje y salió corriendo a través del bosque bajo la luz de las estrellas que ya poblaban el negro manto de aquella noche sin luna. Y sin descansar corrió y corrió y subió y bajó a la colina para llegar al lago y pensaba estar ya muy cerca, ya se imaginaba hablando con el dinosaurio, aprendiendo de él y cantando por todo el castillo cuando de pronto le vió: había un pirata por allí junto al estanque, pero no era Bucanero y como no había tiempo que perder, pues al día siguiente sería nombrada bailarina real, se acercó a él a preguntarle:

  • Hola caballero…
  • Pirata, si no le importa -le respondió hoscamente el pirata.
  • Perdone, hola pirata…
  • Así está mejor, hola niña… ¿qué quieres?
  • Vengo en busca de un Libro Mágico que he oído que está en las orillas de este lago.
  • Aaaaaahhhh, ¿sí? -Dijo el pirata- tú debes ser la niña que quería aprender a cantar.
  • Pues sí… pero ¿cómo sabes tú eso?
  • Porque todo el mundo habla de tí -mintió el pirata. Sabía de Irene porque era uno de los marineros de Bucanero que había ido al lago a buscar el libro para que nadie deshiciera el encantamiento.- ¿Por qué no te sientas aquí en este tronco? Así podrás descansar.

Pero lo que en realidad quería era que se distrajera para poder atarle y que no les molestara mientras robaban el Libro Mágico, y así lo hizo. Y justo entonces apareció Bucanero con el libro entre sus manos y una gran sonrisa: -Ahora no habrá nadie que pueda deshacer el hechizo. Llevaré este libro en mi barco del uno al otro confín.

 

Por suerte Irene no había ido sola al lago y cuando comenzaba ya a amanecer y menos lo esperaban los piratas, con las primeras luces del día aparecieron cientos de hadas y hados vestidos como pequeños niños que aterrorizaron a los piratas y aprovecharon para atrapar a Bucanero y su secuaz, quitarles el libro y entregárselo a Irene. Estaba tan contenta, por fin podría conseguir todo lo que quería, tan contenta que empezó a cantar a voz en grito, pero cantó tan mal, tan fuerte y tan desafinado que todas las hadas y hados se asustaron y salieron todos volando, momento que aprovecharon los piratas para huir con el Libro Mágico.

 

Irene se quedó desolada contemplando la imagen, no pudo desencantar al dinosaurio, los piratas huyeron y ella no volvió cantar nunca más… aunque bailó y bailó durante muchos años como primera bailarina del ballet real, siempre recordó aquel amanecer en que todas las hadas y hados del bosque volaban despavoridos hacia el bosque. Y era en realidad eso lo que pintaba en su habitación aquel día en que el Rey entró a encargarle que cantase en el cumpleaños de la Reina, más de ochenta años después.

 

El Rey volvió a entrar en los aposentos de Irene más tarde para indicarle la hora en que debía hacer su actuación, en ese momento ella le cogió de la mano y le dijo: -No puedo hacerlo. Yo… perdí la voz hace muchos años junto a un antiguo libro.- El Rey no daba crédito, quería darle a la Reina su mejor cumpleaños y no entendía qué le pasaba a Irene. Entonces aparecía de nuevo el mensajero real, le traía al Rey un obsequio de su amigo Barbazul que no podría asistir a la fiesta pero le entregaba uno de sus mayores hallazgos, un extraño Libro que había encontrado en un barco hundido en las playas de Isla Amarilla, aquél libro estaba escrito en la lengua de su reino y por eso pensó que sería una antigua reliquia.

 

Al ver el libro Irene lo reconoció de inmediato, era el Libro Mágico que años atrás se habían llevado los piratas, no cabía duda. Lo cogió en sus manos casi sin pedirle permiso al Rey que le miraba atónito. Abrió el libro y comenzó a leer: “Badabím badabám, ahora todos te verán”. Y con un soplo de viento fresco las luces de la habitación cambiaron por un momento y se pusieron de todos los colores y una forma empezó a dibujarse delante de las cortinas, pronto el cuerpo de un dinosaurio se hizo visible allí mismo en la habitación y es que el dinosaurio había acompañado siempre a Irene por si, algún día, encontraba el libro.

 

Y así fue, por fin, el dinosaurio volvió a ser corpóreo, Irene recuperó su voz y a partir de entonces cantó tan bien como años antes había bailado para los habitantes del reino. La Reina tuvo un gran cumpleaños y se emocionó con tantas sorpresas y el Rey se quedó encantado. Todos fueron felices y pudieron cantar y bailar por muchos muchos años.

 

Y colorín colorado…

este Cuento Irrepetible se ha acabado

10 Febrero en Teatros luchana