Una presentación improvisada debe estar bien preparada

Pablo Romo

Pablo Romo

Profesor Escuela Impro Impar

Una presentación se puede y se debe improvisar. Entendiendo esto como que haya partes que surjan en el momento, según la audiencia o las circunstancias. Pero esto no significa soltar lo primero que venga a la cabeza de manera deslavazada. Cuando se elabora una presentación hay que hacerlo desde respeto a tu audiencia, sabiendo lo que se va a contar y ensayándola mucho.
Hay gente que se queja de que muchos ensayos le acartona la presentación, que se aburre a sí misma. Y, sin duda, esto es peligroso ya que un ponente apagado se lo transmite al público, que desconecta. Pero más peligroso es no prepararla suficiente. En las próximas líneas, veremos cómo hacerlo sin perder la frescura y la energía, y también, como improvisarla no es sinónimo de no llevarla preparada. Y como la improvisación es una herramienta imprescindible para hablar en público.

Fluyendo

Mucha gente piensa que una presentación es un texto cerrado, como si de un discurso se tratara. Cuando lo ensayan, pasan por las mismas frases una y otra vez, como cuando en el colegio ”nos tomaban la lección”. Hay que ser muy bueno para decir el mismo texto tantas veces y seguir sonando fresco. De hecho, no recomiendo en absoluto aprenderse de memoria una charla. Solo existe una excepción, necesitaremos frases concretas para mensajes clave que queramos sembrar.

Así, cuando sugiero ensayar, no recomiendo hacerlo con frases concretas y si vemos en los ensayos que repetimos una misma frase, tratemos siempre de buscar formas diferentes de decir lo mismo, para sentirnos seguros y tener opciones.

Por lo demás, mi consejo es recorrer las ideas como quien usa un mapa para ir de pueblo en pueblo. En el camino entre ellas y en el cómo se desarrollan es donde hay espacio para improvisar.

El orden en el que se recorrerán las ideas estará fijo. Cuando preparo una presentación, primero planteo todas las ideas que quiero contar, y posteriormente las ordeno en el tiempo. Siempre intentando ver que es necesario saber previamente para entender otra idea. Las imagino como distintas capas de ladrillos, donde hay que poner unos primero para crear bases sólidas sobre las que construir las posteriores. Así, una idea se apoya en las anteriores y construye el discurso.

El orden final se descubrirá a base de ensayos, cuando se vea cómo es más sencillo fluir. Quiero que el público me acompañe de manera sencilla de una idea a la siguiente, que vea las conexiones, pero no las costuras de la charla. Luego, cuando estemos dando la charla en público, nos veremos empujados por ese fluir de manera natural.

Además, será más difícil quedarse en blanco, ya que no estaremos buscando palabras concretas sino en qué idea estamos y cuál es la idea siguiente. Y al fluir, si lo hemos preparado bien, nos llevará de manera casi automática.

Por ejemplo, cuando contamos una anécdota, es importante contar los antecedentes que nos llevaron a la situación de una manera ordenada, y quizá haya que decir alguna frase tal y como se dijo, así la anécdota será más interesante.

Conectando

Cuando hablo de conectar, no solamente me refiero a que las ideas fluyan, sino también a conectar con la audiencia, para que mantengan siempre el foco de atención el el ponente. Debe existir una conexión emocional entre quien presenta y su audiencia. Uno de sus fundamentos es transmitir la importancia de lo que estamos contando. Conseguiremos mantener la energía alta si vamos de idea en idea, sin perdernos dando vueltas a ideas sin rumbo.

Si las ideas no están sólidamente conectadas, el discurrir es a trompicones, pasando atropelladamente de una a otra, y cuesta seguir el hilo de la narración provocando que la audiencia desconecte.

Si no le damos tiempo a la preparación, volvemos una y otra vez por terrenos visitados. Cada idea debe presentarse una vez y si se vuelve sobre ella es una mención para apoyar la siguiente idea. Repetir una idea sin aportar algo extra es perder el tiempo. Entonces no podemos aprovechar al máximo el tiempo de atención que la audiencia nos ha prestado.

En definitiva, tu mensaje quedará diluido y la gente defraudada. Si al contrario, avanzas con tus ideas, puedes lograr que la audiencia te acompañe y no pierda esa conexión contigo.

Improvisando

Cualquier punto de la presentación puede ser nutrido con circunstancias únicas de ese día o momento
pero que encajen con las ideas que se están presentando. Si citamos y conectamos algo que acabamos de ver en una presentación anterior; si nos apoyamos en una respuesta que hayamos recibido de la audiencia, o incluso en algo que esté de actualidad, le daremos más solidez a la argumentación y lograremos mayor enganche de la audiencia.

Muchas veces explicar conceptos requiere dar ejemplos, que obviamente se deben preparar de antemano. Aún así, un buen lugar para la improvisación son los ejemplos. Aprovechar algo que se haya contado previamente o hacer una pregunta y aprovechar la respuesta como punto de partida.

La improvisación, por tanto, no es hablar en público de cualquier cosa, es conectar lo presente con lo planificado, es una decisión espontánea e inteligente.

Además, la improvisación tiene el poder de lo único. El público estará expectante si se da cuenta que no hay un guión cerrado y que “cualquier cosa” puede pasar, y que solo pasará ese día.

Es cuestión de escuchar y de permitirte salir del camino, porque el destino es el mismo. Cuanto más preparada lleves la presentación, más comodidad tendrás para salirte. Y además, sin miedo a perder el hilo, porque si sabemos en qué idea estamos podremos volver y fluir a la siguiente.

Tenemos espacio para improvisar y mantener una presentación fresca, pero esto no está reñido con ensayar y llevarla muy preparada.

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