Long form: La impro más allá del juego

Pablo Romo

Pablo Romo

Profesor Escuela Impro Impar

¿Cómo descubriste la impro? Mucha gente lo hizo a través de un espectáculo de juegos de impro, donde se crean escenas de comedia improvisadas superando algún tipo de reto. Incluso puede que nos descubrieras a Impro Impar en algún espectáculo de este tipo (en 3 en Impro, principalmente hacemos juegos en los que nos retamos a hacerlos cada vez más difícil). Pero hoy vamos a descubrir que hay más impro más allá de los juegos.

En ocasiones, la impro se ha visto como un arte menor dentro de la creación escénica, ya sea porque se plantea como un patio de recreo donde se hacen juegos de improvisación o por la superficialidad que se le presupone a una dramaturgia creada en el momento.

Cuando arrancas a aprender este arte, es habitual que tus primeros pasos sean a través de los juegos de impro, realizando escenas de comedia, rápidas y divertidas. Esto hace de la impro muy atractiva en especial por ese sentimiento puramente lúdico. Y aunque los juegos de impro son importantes e interesantes (otro día hablaremos de la complejidad que también entrañan), mucha gente que llevamos practicando la impro, con el tiempo, nos ha apetecido explorar más allá.

Y es que una característica que marca al improvisador en los juegos de improvisación es ser capaz de componer con rapidez, con una chispa de ingenio que encuentra el chiste veloz o saber el truco del juego para ponerlo a su favor. Sin embargo, la impro teatral habla principalmente de la creación de historias en el momento, y esto se puede hacer sin juegos, conectando con un lugar más profundo y emocional.

Cuando llevamos un tiempo haciendo impro, empezamos a amar el armar historias, profundizar en los personajes, plantear las escenas y querer enlazar unas con otras y añadir una estructura general. Queremos poder trabajar el tiempo y el espacio. Tiempo para profundizar en los elementos, en los personajes y en las consecuencias. Espacio para respirar, escuchar y ampliar la narración. 

Ahí es donde llegamos al long form, la forma de impro más cercana al teatro tradicional. Por simplificar, es la construcción de una única improvisación que dura todo el acto teatral, puede ser drama o comedia, buscando que todo tenga una cohesión, un recorrido para los personajes, un arco para la historia.

Normalmente, los espectáculos de impro long-form suelen tener una estructura. Se plantea de manera sucinta qué bloques van a tener y qué movimientos debe tener la historia o si hay cambios en el tipo de improvisación. Aquí se puede acudir a la clásica estructura en tres actos (presentación, nudo y desenlace), en el Armando la estructura define tiempos de monólogos y tiempos de escenas inspiradas en los mismos, en El Banco las escenas pueden o no estar conectadas, pero la obra sigue una estructura del paso del día: la mañana, la tarde y la noche… cada formato con su estructura. Así, para la preparación de espectáculos de formato largo se estudian estructuras clásicas y qué mecanismos funcionan detrás de ellas, se estudia cómo funciona una escena, las dinámicas entre personajes (por ejemplo el status y su balanceo), se estudian los ritmos y las pausas, y entender cuando las escenas han tenido su recorrido y están resueltas.

Lo bueno de una obra improvisada de formato largo es que podemos crear escenas más largas, valga la redundancia, sin la tiranía del ritmo del juego o de sus requisitos, sin recurrir a las ocurrencias. Podemos profundizar en los personajes, en sus emociones y en sus relaciones, en las cosas que les mueven, en sus conflictos internos y externos. Podemos explorar el espacio, y descubrir nuevas palancas y motores a través de nuestra relación con el entorno. 

También nos permitimos, de manera consciente, demorar que el protagonista logre su objetivo, y se planteen con mayor profundidad y se pongan a prueba sus habilidades y debilidades, y las consecuencias de las mismas.

Y finalmente, podremos encontrar el porqué de la historia que estamos contando. Puede ser echando una mirada atrás a todo lo acontecido, atando los cabos sueltos, llegando a una conclusión que resuelva satisfactoriamente. O puede ser explorando qué motivaciones propias hemos puesto en la historia, y entendiendo porqué la hemos contado así, o que queríamos contar al mundo. Por ejemplo, Cuentos Irrepetibles es nuestro show infantil de formato largo, construimos una historia planteando personajes, profundizando en sus motivaciones y en sus conflictos y al terminar la historia somos capaces de dar una resolución y, en ocasiones, un aprendizaje.

Algunos improvisadores, una vez picados por el bichito de la impro, queremos expandir por un lado más cercano al teatro tradicional, y ahí está el long-form. Los espectáculos de improvisación pueden salirse del juego de impro, pueden ser comedia basada en otros elementos, pueden ser lo que queramos, por algo son improvisados. Probar el formato largo es bucear en escenas que no tienen un tiempo determinado, nos permite bañarnos en personajes y emociones con mucha más profundidad. Y para esto es cuestión de armar la caja de herramientas del artista y de plantearse que tipo de acto teatral queremos representar, por nosotros y por nuestro público.

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