Escucharte a ti mismo, a los demás y al mundo

Edu Moraleda

Edu Moraleda

Al improvisar, llega un momento en el que nos damos cuenta de que los recursos que tenemos son insuficientes, y que necesitamos de más lugares escénicos de los que sacar ideas para sostener la escena. Dichas ideas, a las que nosotros no alcanzamos, se encuentran en nosotros, pero también en nuestros compañeros y compañeras, en el público y en el mundo que nos rodea. Aunque pudiera pensarse que al tomar como nuestro algo que han podido desarrollar los demás se pueda calificar de plagio, o copia, en la improvisación, nos nutre tratándose únicamente de compartir para avanzar.

1-Escuchar lo que yo propongo

Comencemos por hablar de la primera voz que oyes, la tuya propia. Esta voz puede venir llena de mensajes hacia lo que estás haciendo (creando), o llena de mensajes negativos. Escuchar estas críticas destructivas pueden llegar a paralizarte. Así que lo que tenemos es que sortear dicha autocrítica, y permitirnos escuchar ideas que nos hagan progresar sobre lo que estamos haciendo.

En la vida no hay guión, por eso, tómatelo con tranquilidad, puedes estar seguro de que no te vas a equivocar siguiendo el camino que sigas, no hay error. Lanzarte con tu idea es empezar a caminar sin mirar. No sabemos a donde vamos a llegar, lo único que está claro es que llegaremos a algún lado. El error sería quedarse quieto. Como decía el poeta, se hace camino al andar.

En resumen y parafraseando también una canción: “dentro de ti hay una estrella, si lo deseas, brillará”, cambiemos estrella por idea, dentro de ti hay miles de ideas, si las buscas, brillarán.

2- Escuchar a los otros

Escuchar a los otros es el elemento clave para la construcción en equipo. Es el pilar de la improvisación teatral. Hace tiempo leí en un libro que indicaba que para escuchar a otro hay que poner tal atención, que tienes que ser capaz de repetir lo que dijo con las mismas palabras, la misma cara y la misma emoción con la que te lo ha dicho a ti. Si hiciéramos esto, no malgastaríamos nuestra energía en intentar “contra-proponer” las ideas de los demás; responderles de mala gana; o intentar quedar por encima. ¿Cuánta energía gastamos en pisar a los demás en vez de construir con ellos?

Normalmente, mientras la gente nos habla, ya estamos maquinando que vamos a responder, oyendo pero sin apenas escuchar lo que exponen. Ya empezamos mal. Es lo que llamo el síndrome del “habla él y sigo yo…”. En la película “Shakespeare in Love”, cuando están montando la obra final, le dan un papel al productor por compromiso. El pobre hombre tenía un par de líneas de texto, tenía lo que en teatro llamamos un “pie” (la acción o frase que me indica que me toca hablar). Éste se obsesiona tanto con su pie, que cuando repasa su parte no puede dejar de decir: “habla él y sigo yo”. Incluso en la representación, tan ensimismado está, que no puede evitar decirlo en alto. Y reconozco que uno de los males que aqueja a muchos improvisadores es que suelen estar pensando “habla él y sigo yo”. Esperando su turno para hablar sin estar presentes en la escena. Si nos detectamos ahí, es momento de corregirlo.

En la improvisación teatral no hay pies dados, por lo que debes encontrarlos y para encontrarlos debes guardar un silencio especial. Un silencio mental que te permita poder escuchar la acción o frase lo que ocurre fuera de ti, y dejar que el personaje sienta cuando le toca intervenir, de una manera reactiva a lo último que se haya dicho o haya ocurrido. Es lo que se denomina, escucha activa.

3- Escuchar el mundo

Escuchar el mundo, los objetos, a los otros nos dará la respuesta que buscamos. La respuesta está ahí fuera. En muchas ocasiones, cuando la escena empieza a quedar bloqueada, solo hay que girarse, la puerta para salir de ahí está detrás.

En un laboratorio la idea es hacer una super pócima, si esta idea se agota es tan sencillo como darse la vuelta y mirar en ese laboratorio, o a esa super pócima para ver por dónde puede continuar la historia. El mundo, el lugar, los objetos, todo te está proponiendo cosas. Además, no te las susurran, normalmente te las están gritando incluso con bengalas.

Esta herramienta, “la escucha”, no se limita solo al oído, es más bien una cosmovisión general de lo que está ocurriendo. Es un estado parecido al mindfulness, que te permite ser consciente de lo que ocurre a tu alrededor e integrarlo con lo que le ocurre dentro a tu personaje.

La “escucha” para mí es la más valiosa herramienta de la improvisación y, cuando los alumnos la alcanzan, es un placer verlos en escena. Mira fuera, sal de tu cabeza y entra en el mundo.

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